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lunes, 30 de octubre de 2017

AUSCHWITZ, TREBLINKA. LA SANGRE Y EL ÁMBAR, de David Torres

AUSCHWITZ, TREBLINKA. LA SANGRE Y EL ÁMBAR, de David Torres 

    "En sus recuerdos de Auschwitz, Primo Levi relata cómo los guardianes alemanes se reían asegurando que nadie escaparía con vida para contarlo pero que si alguien lograba sobrevivir y lo contaba, nadie lo creería.
   El sosiego, la paz que emana hoy día de las piedras, los árboles y las nubes de Treblinka parece anormal: la naturaleza debería estar chillando aún, aquí debería masticarse la sangre. Pero no hay más olores que los del campo en invierno ni más ruido que el de las hojas frotadas por el viento. Incluso los jóvenes judíos que habían llegado desde Israel parecían venir de excursión. Eran cientos de ellos, llevaban velas y ramos de flores, caminaban entre las lápidas huérfanas del monumento conmemorativo, se hacían fotos debajo del dolmen. Unos ondeaban banderas con la estrella de David, otros gritaban y voceaban como forofos de fútbol. Sus profesores se limitaban a decirles dónde colocar las flores. Ni a Aśka ni a mí, únicos gentiles a la vista, nos pareció —para decirlo suavemente— la actitud más adecuada para visitar un lugar que rebosaba tanto dolor, una explanada donde cabían tantos muertos. Era como si estuvieran celebrando algo, pero no sabíamos qué. No nos apeteció participar en aquellas intempestivas muestras de alegría y seguimos caminando rumbo al campo de trabajo y al muro de ejecución.
    Nadie nos acompañó. Tardamos casi una hora en llegar hasta las tumbas de los prisioneros polacos fusilados por los nazis. Nos detuvimos para leer los nombres en las lápidas custodiadas por las hierbas y los altos chopos. Algunos tenían la fecha de nacimiento y la de ejecución; había mujeres y hombres, la mayoría eran muy jóvenes. Regresamos en silencio, por el mismo camino de tierra. Tampoco nos cruzamos con nadie. Uñas gotas de agua nos hicieron temer que acabaríamos empapados, pero aquel tímido preludio de lluvia terminó en nada y un sol escuálido asomó su pálida cara entre las nubes.
    Ninguno de aquellos muchachos judíos se acercó para rendir homenaje a los veinte mil polacos asesinados por los alemanes. Habían volado desde Israel para honrar a sus muertos, pero no iban a caminar un par de kilómetros más para contemplar unas cuantas cruces clavadas en el suelo. No eran asunto suyo. En Shoah, Lanzmann entrevistó al maquinista que conducía el tren cargado de prisioneros hasta Treblinka: un viejo polaco de cara arrugada como una pasa que, en un momento dado, dijo que aún entonces, tantos años después, seguía sin poder quitarse de la cabeza el grito insoportable de los judíos que iban en los vagones, el lamento interminable que resonaba a través de los campos y las vías. Las lágrimas le asomaban a los ojos. Pero también entrevistó a un campesino polaco que trabajó junto al campo de exterminio en 1942 y 1943. Lanzmann dijo si se había asomado detrás de la colina y había visto lo que los alemanes les estaban haciendo a los judíos. Le preguntó qué sintió entonces. El hombre se encogió de hombros y dijo que nada especial. Fue aun más específico: «Si a usted le cortan un dedo, a mí no me duele.»"

3 comentarios:

Laura Vicente dijo...

Esto dice Imre Kertész de los turistas en el campo de Buchenwald:

"Los turistas son como las hormigas: se llevan con diligencia, migaja a migaja, el significado de las cosas; con cada palabra, con cada fotografía, desgastan la muda importancia de cuanto los rodea".

He estado y visitado estremecida Auschwitz y dos campos más. Nunca me acostumbro a entrar en ellos sin sentir una angustia desoladora.

jorgecastillollorente dijo...

El ultimo que hemos visto nosotros fue el de Mauthausen; hay escritos en las paredes en español... Por otro lado he mantenido bastantes discusiones con gente que borraria del mapa todos estos sitios para no volver a recordarlos (les resulta desagradable o incluso increible), asi que me alegro de haber visto gente interesada por lo que estaba visitando. Aunque siempre hay gente de todo pelaje. Saludos Laura.

Irene Gaona dijo...

No se puede borrar la historia, máxime cuando encierra actos tan bárbaros!!