DOS PÁJAROS AZULES, de D. H. Lawrence
"...Está muy bien tener amoríos bajo el sol allá en el sur cuando sabes que hay un marido al que adoras dictando a una secretaria con quien estás demasiado enfadada para odiarla y a quien más bien desprecias, en el sitio que deberías considerar tu hogar. Un romance no es muy bueno cuando tienes un poco de arena en el ojo. O algo en el fondo de tu mente.
¿Qué se puede hacer? El marido, desde luego, no le dijo a su mujer que se fuera.
—Tienes a tu secretaria y a tu trabajo —dijo ella—. No hay espacio para mí.
—Hay un dormitorio y una sala exclusivamente para ti —contestó él—. Y un jardín y la mitad de un coche. Pero haz lo que quieras. Lo que más te plazca.
—En ese caso —dijo ella—, iré al sur a pasar el invierno.
—¡Sí, hazlo! —le contestó él—. Siempre te gusta ir.
—Sí, siempre —dijo ella.
Se separaron con una cierta dureza que tenía escondido un deje de tristeza. Y ella se fue a sus amoríos, que eran como el huevo del cura, apetitoso en parte. Y él se dispuso a trabajar. Decía que odiaba trabajar pero nunca hizo otra cosa. Diez u once horas al día. ¡Eso es lo que tiene ser tu propio jefe!
(...)"
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