LA PIEL DEL ZORRO, de Herta Müller
Libro de 1992. El título original era El zorro era ya entonces el cazador (Der Fuchs war damals schon der Jäger), pero ese año la editorial lo suplantó con este otro título más corto, pero menos descriptivo. Cuando vas leyendo estas historias acerca de sus protagonistas, de las que tal vez Adina sea la principal, comprendes que la vida en un pueblo rumano, del Bánato, a unos 30 km de Timisoara, durante la dictadura de Ceaușescu es cualquier cosa menos atrayente, fácil o simple: es la violación de la intimidad, de tu personalidad. Pero si el lector intenta el ejercicio de contar lo que ha leído, es una historia anodina, y puede que él mismo se sienta contrariado por la diferencia entre lo que como lector es capaz de contar y lo que ha sentido, o comprendido, de la experiencia de leer La piel del zorro. Conclusión: no es fácil decirlo, expresar esa diferencia tan notoria. Si el lector intenta transmitir lo que ha sentido, no lo va ha tener fácil aunque disponga de todo el día para hacerlo: hay muchas imágenes poderosas, metáforas muy fuertes (como por ejemplo el alambre, al que se alude como un símbolo de miseria humana, algo que empobrece el paisaje urbano solo por estar allí, o cuando los propios pájaros viven sobre ese material enrollado). Faltan palabras para definir lo que les pasa a los personajes porque ellos no se revelan a otros, es la autora quien describe un instante luminoso por momentos en medio de una realidad chusca. Muchos de los momentos reales de la vida de estos personajes son descritos de forma poco realista. Son vivos retazos de impresiones nada sentimentales. Solo son realidades quebradas, como una imagen desde un espejo hecho pedazos. Sin embargo, lo que verdaderamente está hecho pedazos es la piel del zorro, la metáfora más inquietante y potente del libro. A veces comprendes el conjunto del capítulo, en otras no terminas de entender qué suman las partes que la componen, que relación tienen entre ellas, entre las mismas frases de un párrafo. Conviene una lectura sin prisas ni distracciones. La idea precede al sentimiento, y hay que confiar en que este llega, ¡vaya si llega! Lo que cuenta Müller es muy fuerte, por eso su poetica inicial es tan potente, casi desorientadora: hay que recrear las palabras para contar lo que viene en la segunda mitad del libro. Hay que dotar de nuevos matices a las palabras que todos conocemos para luego emplearlas en la historia de la segunda mitad del libro, así funcionan sus 244 páginas. Solo asi, en mi opinión, acabas comprendiendo la imagen total que Müller nos entrega, aunque entiendo que no es fácil. Así es la poética de Herta Müller, una literatura donde las palabras no son capaces de abarcar la vida de una persona por lo que deben ser re-creadas, reacondicionadas a la nueva realidad. Si la realidad de aquella vida era la de un estado totalitario, y una sociedad de continuo espionaje a sus miembros, siempre en peligro de denuncia y extorsión, tenemos ya el caldo de cultivo de esa poética. Por ejemplo, he notado una gradación en cuanto a la intensidad de la vida de lo que se nos cuenta. Una persona simplemente está, o pasa por un lugar, pero es que tal vez lleve algo en la mano, por ejemplo una linterna, o le roza una rama de un rosal, y tanto la linterna como el rosal tienen más vida e intención que la persona. Parece que solo la persona es el objeto apenas animado, mientras que las cosas circunstanciales son las que le dan sentido. Luego hay un paso más en el que todo encaja, un ambiente donde estas cosas suceden y se justifican, como es una puesta de sol al final de la calle, pescar en el río... A Muller le gustan los collages de palabras, se lo escuché en una conferencia en Pamplona, y entiendes entonces que ella da un valor propio, personal, a cada palabra, a cada expresión. Las redimensiona jugando con ellas como piezas sueltas a ver si entre ellas logra decir lo que quiere, que no es por lo que habitualmente se utilizan. El resultado es una experiencia de lectura profunda y muy original. La sensación continua de extrañeza acerca de lo que estamos leyendo, sobretodo en la primera mitad, tiene dos efectos: desmotivar al lector acostumbrado a una prosa más directa en los hechos y evidente en las intenciones, y meter al lector en un mundo imposible de concebir para muchos de nosotros, un estado de cosas irracional, de puro miedo y autocensura brutales: un mundo que Herta Müller y otros millones de rumanos vivieron, y que hasta ahora se sigue viviendo en otras latitudes del mundo y de la historia. Es vivir un estado de ánimo depresivo como lo más habitual del mundo, ese del que nadie, a lo largo de una vida, puede decir que está a salvo, o no le hayan contado de cerca. En Herta Müller, el estilo te lleva al hecho. Si le coges el punto, la experiencia es asombrosa, y si no, tal vez no sea lo que estás buscando.
El ciudadano no es el centro de la humanidad, sino que sus circunstancias son las que le dan lo que es, y no siempre es por humanidad: "Uno dejaría de existir si la luz se posara sobre la rama siguiente". Con el cuento de preservar la sociedad, no existe ni individuo ni sociedad.
Tenemos mucha gente anónima. Dos pescadores en el río, un borracho tirado en una cabina telefónica, un suicida... gente recelosa una de otra, que vive al día no sólo por lo material, sino en cuanto a proyectos, deseos, vida. La vida de cada persona es un misterio para su vecino si piensa en algo más que cubrir las necesidades elementales. Y no rompe esta opacidad de las relaciones humanas el que un personaje se sienta estremecido por algo que le ocurra a otro. Hay muchos símbolos explícitos, como una soga, los álamos como cuchillos o el mechón de Ceaușescu, su ojo negro en un cartel que abunda por todos los lados, paradigma del estado omnipresente y que todo lo estropea. En cuanto a las amenazas de muerte, Müller y sus amigos las recibieron por parte del estado. En realidad, he hecho un ejercicio adicional como lector: he leído El rey se inclina y mata, donde desgrana, de forma bastante abierta e incisiva en su argumentación, cómo su biografía la ha llevado a utilizar este especial gusto por las palabras. También cuenta sus terribles experiencias con los agentes de la Securitate. Merece mucho la pena este contraste entre los dos libros, es muy enriquecedor.
A veces hay momentos de intimidad entre dos personas. Extrañamente, son dos personas que se encuentran alejadas una de la otra por una vigilancia externa: alguien que, incluso sin querer, pasaba por allí. Simplemente se sienten vigilados, es el estado normal de vivir. Eso desata rasgos de penuria material y moral donde debía haber unos minutos de placer, o de libertad, en esos momentos de intimidad. Es el caso del coche metido en el maizal. Parece que todo cuesta lo más valioso en la vida, siempre se retrae, se difumina, se esconde, se acaba disipando en la nada por el miedo al estado. Müller lo cuenta con la naturalidad de todos los días, situaciones engañosamente cotidianas como si contara el paseo de una hora por el patio de la cárcel de un preso condenado a cadena perpetua: quisiera ser lo normal en la vida, convertirlo en un espacio de libertad, pero no lo es, no lo puede ser porque tropìeza con lo muros de la prisión. Dar pocos pasos no es una sensación de libertad. Tampoco lo es el hecho solamente de ir a trabajar todos lo dias o ir al peluquero cuando quieres. Así se mueven los personajes de La piel del zorro.
Es una novela compleja de leer no tanto porque no se pueda sino porque al lector este ambiente totalitario, de disgregación del individuo, de sospecha hacia otro, de pobreza pero sin morirte de hambre, nos queda lejos de nuestra mentalidad a dia de hoy. No es nuestra experiencia ni de lejos, y cuesta ponerse en esa vida, interpretar esas sensaciones. Los gestos de los personajes no nos son propios. Esa gente que, da la sensación, no termina de decir lo que quiere decir. Rumania era un país hermético. Contradictorio: lo que debería dar calor, aporta frío. Un sol de invierno, unas manzanas heladas que no calientan el estómago vacío, el humo gélido del tabaco. Las cosas adquieren las características de lo que les rodea; las personas también.
Crudeza material, es no ser pobres, pero no tener nada. Solo a mitad de novela se empieza a concretar una historia dura de infidelidad, delación, amistades traicionadas y burócratas corruptos. Es una crudeza espiritual la de estos personajes (Clara, Pavel, Ilya, Adena) basada en desviar la atención de cualquier cosa que nos hace humanos o provoque sentimientos de malestar de los que después te debas arrepentir, avergonzar y, sobre todo, esconder ante cualquiera por una delación al estado que por todo está: un mechón de pelo, una peca en el rostro, una polilla en el cuello de la camisa son las marcas de esa persona que te escucha, te pregunta, te observa y te delata... es tremendo el grado de deshumanización alcanzado por estas personas y que generan una apariencia de normalidad exterior. Pero nadie se engaña tanto como para no saber lo que pasa: "yo sé lo que se", frase repetida en la novela, podría haber sido su otro título. La falta de dignidad, la que se roban unos a otros, no lleva a la indignación sino al sometimiento. O como mucho a escapar de Rumania y su dictador cruzando el Danubio a nado. Hasta que alguien estalla en una reacción patética de llanto, claudicación y, finalmente, sometimiento.
Sin embargo, no todo es tan amargo. El libro avanza y termina con amistades traicionadas, con la poderosa metáfora de la piel del zorro hasta el último día narrado, con la presencia de Ceaușescu más visible y más risible mientras hay dos personajes que deben esconderse de la Securitate. El libro termina con el final del régimen mientras perseguidores y perseguidos, se quedan a verlas venir.
Como lector siento todo lo gris, metafórico y esquemático de la vida bajo la pesada bota de la dictadura, donde seguir un argumento definido es difícil en la primera mitad del libro por lo que comente más arriba. La historia adquiere una línea argumental más definida con lo que les pasa a los protagonistas que escuchan la noticia del colapso del régimen por la radio o el boca a boca. Esa ha sido la estrategia de Müller, atrevida, osada, aún a riesgo de dejar la lectura difícil muy pronto, pero honesta como no puede ser de otra manera en algo tan serio. De esta manera no sólo cuenta el pasado de la gente, sino su futuro porque Ceaușescu no termina nunca de salir de sus cabezas. Lo ha hecho de la mejor manera para que lo sientas, no con una historia típica en la que los personajes se interponen entre el lector y lo que pasó. Aquí se retuerce el lenguaje hasta sacar diamantes expresivos como pocas veces se tiene la oportunidad: es más profundo, veraz y honesto. Y original.
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