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domingo, 1 de diciembre de 2024

LA TIZA ROJA, de Atilano Alonso Ruiz

LA TIZA ROJA, de Atilano Alonso Ruiz

Tenemos una autobiografía de esas que recorren la historia de España de una época a otra, la que va de hacer la mili poco más que con una lanza hasta la época mucho mas sofisticada en la que los misiles nucleares apuntan hacia la destrucción de la vida humana. El autor nació al norte de Palencia, cerca de Cervera del Pisuerga, allá por 1900, donde el atraso social y económico solo era superado por una buena herencia o con mucho esfuerzo. La segunda opción es la tomada por Atilano, que no era de familia de posibles, pero tampoco tan tonto o acomodado a las circunstancias como para no hacerse profesor de colegio titulado, ganar dinero poco a poco, casarse, hacer familia, comprar terrenos agrarios para prosperar. Hasta el 36 son las cosas que cuenta, se le ve bastante orgulloso de esto, muy gallito, sacando pecho de prosperidad y de sus ideas. Un ascenso social que le crearía muchas envidias incluso dentro de su familia. De esas que te mandan a la cárcel o al paredón. Que le hundieron el pecho. Como republicano en el frente norte, cuenta como fue el colapso de esa bolsa de resistencia, como acabó encarcelado. Si no fue paseado de madrugada por las fuerzas falangistas, se debió a sus contactos en el bando rebelde. El ser un simpatizante comunista no fue incompatible con una persona defensora de los más elementales derechos humanos, de la vida humana.

Llegaron las torturas de un tal Liaño, las cárceles por Reinosa, Santander y el País Vasco. La persecución de un conocido torturador franquista, Meliton Manzanas. Como el hambre y las enfermedades de sus hijos (murieron dos), le hicieron mirar hacia delante y volver a ser un trabajador duro y eficaz, haciéndose valer por sus conocimientos culturales y pedagógicos para obtener mejores puestos y remuneración sin renunciar a sus principios humanísticos. Asi se jubiló en Renteria, donde concluye esta biografía con visos de ajuste de cuentas contra el mundo, hacia 1983.  Por tanto, describe, el infierno y la recuperación (con sobresaltos e incertidumbres) de un hombre que no solo lo había perdido todo, sino que muchos en su lugar habían sido fusilados.

La valoración del testimonio me merece algunas consideraciones. La primera es la subjetividad de los hechos. Evidentemente, tendemos a quedar siempre mejor de lo que somos, y aquí huele a lo mismo. Eso lo hacemos todos, somos asi. Sin embargo, hay muchas cosas sobre las que no se puede mentir, y yo le creo en casi todo. Otra cosa es que, en varias ocasiones, sus opiniones, con nuestra sensibilidad actual, parecen las de un viejo carcamal, por ejemplo al referirse a la nuera. Por otro lado, da nombres y apellidos, siempre que lo recuerda, de quienes le hicieron daño a él o su familia (pero daño de verdad): echa pestes de la Iglesia, del estado franquista, de unos cuantos de su pueblo. Por contra, deja en buen lugar a los Requetés (a navarros y vascos en general frente a los castellanos), a la Guardia Civil (aunque él mismo lo avisa, es su experiencia con ellos). En ese sentido, agradezco que el editor no limara asperezas, porque le da un sabor de autenticidad al texto como pocas veces se encuentra uno. También decir algo que siempre he creído: si estos hombres son de izquierdas, como debían ser las personas de derechas hace un siglo. Son gente ruda, que no duda en resolver las broncas con los puños o a tiros de escopeta, a pedradas si hace falta, una generación muy basta en muchos aspectos de la vida que contrastaría enormemente con nuestra sensibilidad social actual. 

Por último, creo que es una buena lectura para insertarla con otras de la época. Complementa la visión que podemos tener de España antes de la Guerra Civil, durante ella y la de después. Por ejemplo, he leído a renglón seguido los prólogos de un libro tan característico como Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, de Ronald Fraser. Se entienden mejor las grandes diferencias entre clases sociales, donde unos querían seguir igual porque a ellos ya les iba bien, mientras otros estaban dispuestos a todo lo que hiciera falta para prosperar, aunque no les dejaran. Una España muy muy atrasada desde el Rey al último mendigo pasando, por cualquier industrial, capitalista, alcalde o agricultor.

Es una historia subjetiva, por supuesto, como lo son todas las historias personales, pero también es muy valiosa. Y también entretenida, que es por donde se han de empezar estas historias.

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