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jueves, 23 de enero de 2025

MATONES, de Bingen Amadoz

MATONES, de Bingen Amadoz


"Vivimos en una tierra que oculta centenares de cadáveres y esa tierra es la que vemos desde nuestra casa".

Son historias reunidas para evitar su olvido, el de los represaliados en la retaguardia del ejercito franquista desde el 18 de julio de 1936 en Navarra. El olvido gubernamental, y el de los vencedores, la gente que tambien saco su tajada economica despues de la guerra civil y pasaron a ser los ricos de Navarra quedándose con los despojos, los monopolios y los robos. Mucha gente manda en Navarra gracias a aquella herencia. Otros no sacaron nada, generalmente los enviados como sicarios. Si uno quiere perder todo el respeto a cierta gente, no tiene más que leer este libro. Da mucho que pensar acerca de lo equivocados que podemos estar sobre lo que opinamos de muchos de nuestros vecinos, compañeros de trabajo, incluso algún familiar; y de lo que pueden pensar de nosotros cuando la polarización social alcanza estas cotas tan extremas. Algunas llegan al libro desde la memoria de alguien que tuvo conocimiento directo de ello, o por conocer a alguno de los protagonistas de un bando u otro. Muchas veces son hechos que la gente conoce porque siempre se contó en dentro de las familias del pueblo. En general son historias de una cacería de carlistas o gente de derechas, tal vez falangistas, contra rojos. Si acaban huyendo estos últimos, aun no ha acabado mal la cosa, porque es más normal que los rojos acaben asesinados y enterrados de cualquier manera con la connivencia muchas veces del clero. Así que asistimos a un libro donde se apuntan todos estos sucesos, a veces con nombres y apellidos de los criminales. Si todo hubiera quedado en el 36, pero no. Muchos de estos matones prosperaron hasta su muerte, otros no, y muchos de nosotros pudieron cruzarse en la calle con ellos sin saberlo. Algunos hasta presumían de lo que hicieron delante de los hijos de sus víctimas, como cierto jefe de policía Municipal de Tudela. Por ejemplo:
Un viejo de 75 años de Cascante arrepentido de haber matado a varios vecinos a los 15 años. Monreal, verano del 36, un hombre llamado Martel acaba con la vida de un segador en plena faena de agosto. Lo entierran a 150 m de donde cae. En Legarda un tal Barrabás de mote, descubre la presencia de un republicano que huye de Larraga a los Guardia civiles, que lo matan y entierran por allí. Algo parecido ocurre con un cura en Cascante. Son bastantes los casos como el de Obanos, un hombre joven llevado al fuerte de San Cristóbal y de alli asesinado y enterrado junto a otros, sin saber exactamente donde, y solo por pensar muy distinto a un requeté. El Foro, de Caparroso, un asesino nato. En casi todos los casos al grupo de asesinos lo lidera un hombre conocido del pueblo, del que a veces se da el nombre o el apodo. También era frecuente robar a la familia del asesinado el aceite, el grano de trigo, los sacos de harina, el ganado... y la familia restante quedaba en la miseria, los hijos repartidos entre familiares. A veces se mataba a los hijos después por miedo a que, cuando fueran mayores, cobraran venganza. El caso de curas que favorecían esta matanza es frecuente, por ejemplo un tal Santos Beguiristain, cuyo hermano era muy amigo de Fraga Iribarne, el fundador del PP actual. Uno de los personajes con más páginas es el padre Hermenegildo, capuchino de Fustiñana y residente en Jaca.

El autor señala a los falangistas, una especie de escuadrones de la muerte típicos de cualquier conflicto armado en países que miramos por encima del hombro, y a los carlistas, los requetés que se parecen más a yihadistas por su talante no solo violento, áspero y camorrista, sino religioso (pero no católico de verdad). La guardia civil no aparece apenas, así que la historia de la guerra civil en Navarra se centra en lo civil, no en lo militar. En todo eso que avergüenza y se ha callado durante decenios con aquella frase que yo mismo he escuchado muchas veces: "aquí no pasó lo que en el resto de España, aquí no se mató a nadie". Aunque repugne lo que pasó, no se puede decir que no pasó, y para evitarlo, y así no seguir insultando a los supervivientes y a los muertos de forma tan miserable e indigna, lo mejor es contarlo. Que la parte franquista ya se regodeó en su momento, sin censura y con todas las facilidades que ahora son imposibles. La lectura es de muchos y pequeños capítulos, tantos como tantos sucesos se cuentan. Es emocionalmente intenso.

De algunos es difícil detallar algo concreto, como de Marcelo de Kundinea: ¿ qué hizo exactamente y en donde? El tono del relato se apoya en una prosa acusadora, en poner mucho sentimiento para hacernos saber lo que esto duele a la gente todavía. En ese aspecto, el libro me desagradó, no necesito esto para saber quienes son los delincuentes, ya es dura la historia por si sola, pero no oculta en ningún momento que él mismo perdió a su abuelo y a su tío, que él mismo pertenece a una familia represaliada, así que el calentón está más que justificado. Venía de leer Recuerdalo tu y recuerdalo a otros, que me impresionó mucho con un tono más mesurado que agradecí. El autor ha recuperado los testimonios de los testigos que aun quedaban, lo que quedó en la memoria de lo que sus padres les contaron, y en algunos documentos. Por ejemplo, el conocimiento que tenía un hombre acerca de un falso mendigo que su abuela recordaba de cuando la guerra. Un chaval entonces que parecía más bien un fugado. Igualmente, la memoria aporta recuerdos y pocos datos para identificar a aquel hombre sin nombre. Aparecen en otros recuerdos personajes conocidos como Antonio Lizarza, amigo de Jaime del Burgo y presidente de Osasuna. La andanada contra Jaime Ignacio del Burgo, hijo de aquel, es antológica, hay que leerlo para saber que era el cabecilla de un montón de terroristas. 

Las historias van por pueblos: de Castejón, de Alsasua, de Sartaguda, de Berriozar, los fugados del fuerte de San Cristóbal, de Tafalla, de Olite donde el cura sale a cazar rojos a caballo: de este personaje, el párroco Ona, sorprende la carrera clerical que llevó hasta hacerse con el obispado de Lugo y morir en 1987. Pasó del carlismo a la falange, según cuenta el autor, cabreó a los suyos con ese requiebro típico de los trepas del momento y, en definitiva es el clásico cura que le quita a uno las ganas de creer en la iglesia. Otros personajes, al no ser nadie en líneas generales, solo gente del pueblo, o como mucho alcaldes, tienen historias de sus asesinatos fáciles de contar. 

Están las historias, alguna bestial, de las represiones en Lodosa: incluso el caso de una represaliada al que asesinaron al padre, que huyó en cuanto pudo a Argentina y alli tambien la dictadura le arrebató una hija. Bestiales son las anécdotas de la saca de la cárcel de Tafalla camino de la tejería de Monreal (64 personas). Pero no fueron los únicos en aquella fosa, allí fueron a parar gente de Aoiz (y se cuenta como y quienes) Lo que impresiona es que son gente conocida, no muy lejana nosotros en el tiempo, ni en distancia, y puede que conozcamos a hijos o nietos de asesinados o de asesinos, o mas fácilmente (porque ya no lo ocultan) de testigos. 

Algunas historias son de matones puros y duros, de los que matan por encargo. Otras historias vienen avaladas por el padre Barandiarán, que huyó y se refugió en Xara hasta 1953. Cuenta la entrada de hordas carlistas en Guipúzcoa para ir llevándose gente de los valles y asesinarlas.  Esas bandas incluían a curas.

En conclusión, un relato duro de leer, demasiado cercano para nosotros, que explican muchos detalles de la forma de ser de los navarros, esa cara B del buen talante que se nos adjudica no sin razón también. Estas matanzas de llamar a las puertas, amenazar a la familia apuntando con pistolas y fusiles traídos desde años antes (por ejemplo, de la Italia de Mussolini en preparación de estas matanzas) para que el buscado no se resistiese, arrancarlo de su casa, montarlo en un camión y fusilarlo en un campo, contra una tapia o por la espalda, es una de las lecturas más duras de los últimos años por tres motivos: no me lo esperaba (ha habido décadas de silencio impuesto y muchos medios actuales no reflejan este hecho), los hechos no son tan lejanos como para no haberme cruzado con un protagonista de alguna matanza o con su hijo, y en tercer lugar me pasó que durante años iba a correr por el monte San Cristobal, culminado por un fuerte. Allí hizo la mili mi padre en los 50. Un dia, en un lugar de mi recorrido habitual vi la tierra removida sin saber por qué. Resulta que utilizaba un sendero pegado a la sepultura de 5 de estos asesinados y los acababan de exhumar. Está todo demasiado cerca. Hay que recordar que las potencias extranjeras estaban tan preocupadas con lo que pasaba en la retaguardia de Franco que le dijeron que se cortara un poquito... Creo que me ha dejado el cuerpo como cuando leí un libro sobre las matanzas de Rwanda, de hutus contra tutsis: Queremos informarle de que mañana seremos asesinados con nuestras familias. Igual de aberrante. Aquí no se puede decir que los rojos amenazaran a las derechas con nada. Tampoco se busca venganza, sino reparación de la memoria y justicia.

Una entrevista al autor sobre cómo consiguió estos testimonios: aqui. Y también aquí.

Aqui una web con el visor de lugares donde hay fosas intervenidas, fosas no intervenidas, lugares de la memoria y posibles localizaciones en fosas.navarra.es  

Finalmente Hamaika Telebista tiene en Youtube varios documentales sobre el tema, tales como este de lo que pasó en Cortes, aqui.

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