A TODA MÁQUINA, de Dervla Murphy
Esta es la crónica de Dervla Murphy (1931-2022), una chica de 32 años más decidida que arriesgada. De las que meditan el viaje, por difícil que sea a priori, antes que darse por vencida debido a las dificultades. Si algo destaca este libro es decisión, obstinación ante las dificultades que se pueden superar, optimismo siempre, y una capacidad de sacar lo mejor de la gente (y de su bici llamada Roz) aunque nos parezca imposible. Tampoco es que sea siempre posible, y es que, antes de llegara Teherán, ya saco su pistola del calibre 2.5 para ahuyentar animales, ladrones y violadores. Pocas veces encuentras actitudes así. Sabe cuándo es mejor montarse en un camión y salir de un mal paso, y sabe cuándo gastar el escaso dinero con el que cuenta.
El lenguaje es llano, directo, poco dado al ensimismamiento. Sabe muy bien lo que busca en los viajes, esa complicidad humana entre personas de diferentes culturas que tienen el tiempo deseable para hablar con ella, explicarle como funcionan las cosas, intercambiar impresiones. Murphy ya había viajado a otros países europeos. Recorrió España en el 54 y el 56, parece ser que tenía cariño y comprensión por la gente de aquel país nuestro. Su crónica son los apuntes de viaje con pocas modificaciones, según confiesa. No se ha preocupado por documentarse, sino que trasplanta al papel lo que ha visto, lo que le han contado y sus impresiones. Por mucha pobreza que haya visto, intenta elevar esa humanidad en sus apreciaciones sin la mirada occidental de superioridad tan habitual. La superioridad de una sociedad está en la actitud de las personas, en cómo se trata la gente, y ella lo va subrayando entrelineas.
Hay algunos aspectos comunes en el relato: uno, que al ser muy poco editado para la publicación, el entusiasmo por un país en seguida se ve superado por el siguiente país en su avance sobre Roz. Dos, que deplora la uniformidad en las costumbres de la gente que encuentra, en este caso el dominio de los gustos occidentales sobre las costumbres de otros países. Tres, busca lo local, lo particular de cada país,y de cada región. Si no es peligroso o insalubre, prefiere compartirlo que permanecer en sus costumbres europeas. Algunas veces lleva sus opiniones al extremo de dudar de que la alfabetización universal de la población sea beneficiosa, algo que no comparto en absoluto.
Otro detalle de su actitud es que no está tan centrada en cómo se va sintiendo a lo largo del viaje. Su experiencia la lleva a posar la mirada en lo que ve, sobretodo en las personas, antes que darse el gusto de convertir sus sentimientos y sus ideas el centro de su narración. El mundo no gira en torno a ella, no se siente tan importante frente a los ciudadanos de los distintos países como para ponerlos a su disposición para aumentar su bienestar de emociones. Ella los escucha más de lo que se escucha a ella misma en esta historia, y es algo para mí determinante en cualquier actitud viajera: saber escuchar, antes que escucharse a todas horas. Ahí están los detalles sobre la pobreza y la mendicidad que observa, comparándolos también entre los países de oriente y los occidentales, o la relevancia de la corrupción en la sociedad persa. Estas reflexiones se las plantea muy a sabiendas de los conceptos que maneja, y su relevancia en cualquier sociedad. Tenía las ideas bastante claras, no era una chiquilla, aunque saliera de casa solo con 63 libras en el bolsillo el dia que empezó su viaje allá por el invierno de 1962. Por poner algunos ejemplos:
Los problemas de emancipación de la mujer en Irán, y el dominio que ejercen los clérigos sobre la población.
La buena atención de la gente en Yugoslavia
Acompañar a los granjeros persas a sus granjas; en general su hospitalidad. Lo contrario que en Azerbaiyán.
La dependencia para el desarrollo de USA y URSS que tenía Afganistán
El primer país en el que se entretiene en contar cosas es Persia (Irán ahora): en algunos lugares remotos de Persia incluso la apedrean, los clérigos harapientos la azuzan (¿andaría Jomeini ya dando la brasa?). En otros solo se preocupan de mirarla con mala cara. Mucha soledad e insolación por el camino. Caminos malísimos de andar en bici o en camión. Los mulás soliviantando a la población contra lo que no les gusta del gobierno del Sah. Gente dura con sus corruptelas, robos y violencias que solo se pueden comprender desde la vida de privaciones que sufren. Desierto nada amable pero hermoso.
Si Persia ya fue dura en cuanto a carreteras, le sigue Afganistán, de la que le dan toda clase de prevenciones. Carreteras peores, pero llega a Herat y se enamoró de la ciudad, de sus edificios y las costumbres. Las mujeres con burka, pero a ella la aceptan bastante bien. La gente, como si viviera en una prolongación del siglo XIX, y bastante bondadosa. Durante esta parte del viaje la desvían, en autobús, por los trayectos más seguros que dejan los bandidos armados y las refriegas contra los soldados. En Kandahar, bastantes estadounidenses y otros viajeros occidentales. Hace comparaciones en condiciones de vida de cada país con respecto a los dejados atrás. Afganistán cae al ultimo de la fila en muchos aspectos, como higiene, el trato a las mujeres, la lucha entre USA y URSS por hacerse con el país... en general, cuando entra en un país se enamora de lo que ve, y pasados los días va poniendo las cosas en su sitio. Si es cierto que la gente es muy amable, sabiendo los códigos de conducta, también es cierto que las partidas de bandidos campan a su aire por muchos sitios. También alaba la belleza del país, algo que ni con la imaginación podía pensar.
Con el Hindu Kush de fondo, y Kabul atrás, entró en Pakistán por el puerto de Jaiber y en seguida lamento el cambio: más modernidad, menos cordialidad en el trato. Salió de Afganistán enamorada de su gente, sintiendo haber conectado con ellos porque nunca los trato con miedo, aunque también mejorandose de tres costillas rotas tras un accidente. En Pakistán en seguida notó la mano del pasado británico en los edificios, en la organización del tráfico, en las costumbres de la pastunes.
Siendo mujer, extranjera y viajando sola, recibe, además de intentos de violación, muchas más muestras de atención por parte de los hombres, que son los que dominan la sociedad. Es el caso en Peshawar de la familia que reina allí, en el estado de Swat. En el palacio donde se instala, por ofrecimiento del príncipe, pasaron la reina Isabel II o Jruschov.
Los viajes sobre Roz se hacen imposible por el intenso calor, tanto que el disfrute del paisaje disminuye. Pasa por Cachemira, Rawalpindi, y hace un viaje a Gilgit memorable: describe unos paisajes infarto, el Nanga Parbat, y hace una ligera ascensión por las afueras para encontrarse un cadáver de pocos días escondido del que no dará cuenta para no acarrear problemas. Luego hace un recorrido a caballo de varios días sola, donde conoce un mundo ancestral, poco desarrollado, lleno de miseria y enfermedades. Entabla amistad con un rajá que le regala una granja para vivir para siempre, conduce ella sola una recua de ponis y burros. Es un ambiente de relaciones profundamente humanas entre ellas y los habitantes, gente tan diferente y capaz de encontrar muchos puntos en común sin demasiada complejidad. Los caminos son algo único en paisaje pero también en fuerza para seguir viajando. Son desérticos, a una altura grande y una temperatura de 45°C sin sombras. Lo pasa bastante mal esos días pedaleando. Por otro lado, la gente es tan pobre que apenas consigue comida y pasa mucha hambre. Ni siquiera ha visto una bicicleta en su vida ni sabe cómo funciona. Es algo fascinante del relato.
Su lista de montañas preferidas vistas en el viaje: Nanga Parbat, Ararat y Damavand. El cruce del puerto de Babusar es otra odisea digna de mención. A partir de aquí, el nivel de exigencia de nuestra ciclista se va conteniendo en la medida en que vuelve a un mundo cada vez más civilizado hasta llegar a Rawalpindi, donde es hospedada con las comodidades de la casa de un príncipe, asiste a asambleas del Parlamento paquistaní e incluso almuerza con el Presidente. Es un mundo de confianza en la conversación del otro, sea quien sea quien hable o escuche.
Aunque se nos haya olvidado a lo largo de la lectura del libro, el final del viaje era la India, pero cada vez que conocía un país le gustaba más que el anterior, ese era el nivel de entusiasmo de la autora. Parecía no tener límites. Pero los tenía, y al penetrar en la India y llegar a Deli atravesando el Punjab, la autora va analizando el trato cada vez más frío con la gente y lo poco que le gustan muchas de las cosas que ve por el camino. Lo último que nos cuenta es que va a esperar un tiempo hasta que vuelva a ser una época propicia para recorrer este subcontinente en bicicleta. Y lo cuenta no como una interrupción abrupta, sino como un ¡Volveré!, en esa forma tan de diario en el que no revisa demasiado sus impresiones del día ni hace demasiadas cábalas de futuro. Murphy siempre organiza el futuro para que nada le estropee el día, que es lo que cuenta.