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sábado, 12 de enero de 2013

EN MARES SALVAJES, de Javier Reverte

isla de baffin
    La historia de la exploración mundial la han protagonizado enamorados del riesgo y de la diversidad geográfica. Pero siempre ha tenido que ver con un estímulo más crematístico: hacer negocio. El business y la exploración van de la mano la mayor parte de las veces. Y un ejemplo está en la exploración del ártico,  especialmente en la búsqueda a lo largo de los siglos de un paso al norte de Norteamérica que conectara por vía marítima el Pacifico y el Atlántico  La necesidad de los británicos, además de holandeses y rusos, de llegar antes a las riquezas de oriente empujó a la Corona y a varias sociedades comerciales a enviar grupos de exploradores por el norte de Canadá y a fletar muchas embarcaciones que durante siglos se atascarían con la barrera del hielo. Los canales que conforman todas esas islas que, como una rica constelación,  vemos en esa zona del globo terráqueo,  se vuelven caprichosos y unos años el hielo se abre en verano, y otros no. El frío, como es de suponer es indecible, los osos polares ven presa fácil en un bípedo implume debilitado por el escorbuto, tiritando, asustado y armado con un viejo mosquetón. Los meses de oscuridad cuando se decide invernar en tierras salvajes pueden desanimar al más optimista, y el contacto con los inuit (a veces poco conciliador), a los que durante siglos se mira con superioridad y de los que no se aprende ninguna técnica de supervivencia ni modo de atajar enfermedades, debieron poner a prueba el sentido de tanto esfuerzo. Para la Corona y la Sociedad Geográfica Británica, que ponía el dinero y se quedaba en casa, los informes recibidos a vuelta de expedición de las riquezas encontradas, el tipo de gente del lugar y la cartografía realizada ,eran ya un fruto valioso de ellas y pasaban a ser secretos de estado. Baste decir que sigue hoy día siendo mas corto el viaje marítimo por el Norte que por Panamá para una viaje a Japón desde Europa o el este de EEUU. Y que eso traerá más contaminación, más turismo, mas explotación de recursos y más población a regiones casi vírgenes desde que el cambio climático ha favorecido la retirada de la masa helada hacia el Polo Norte.
    Lo que Javier Reverte ha hecho es recolectar toda esa información enciclopédica y resumirla en su libro, En Mares Salvajes, mientras nos cuenta su experiencia en el segundo crucero que organiza una agencia australiana en un barco rompehielos ruso, Akademik Ioffe, durante 13 días del año 2008. Aprovecha estos tiempos de calentamiento climático en que, por derretirse el Polo Norte, el famoso Paso del Noroeste se ha abierto. Lo mismo ha pasado con el tramo ártico sobre Siberia. En si mismo, el viaje que hizo es algo parecido a cruzar un parque nacional de una punta a otra por la carretera sin bajar del autobús: le apean donde le dicen, mira lo que puede y el mal tiempo le consiente, esta rodeado de gente, y se pierde casi todo (después de haber pagado, supongo, un dineral. Hasta para los canadienses viajar a esas regiones es muy caro). Es la excusa de hacer historia de la exploración ártica, y por eso es un libro de historia y pocas vivencias personales.


    La historia de poner los pies en el ártico se remonta al griego Piteas, al monje celta Ducuil y a los vikingos, esos artistas de la navegación. Los ingleses inician su interés en el Paso del Noroeste cuando Enrique VII no quiso quedarse rezagado en llegar el también a las Indias en 1497, cuando envió a Cabot: al menos descubrió los bancos pesqueros de Terranova, que no esta mal. La lista de flotas enviadas por otros reinos europeos, frenados todos igualmente por tempestades y bancos de hielo, (barcos atrapados en el hielo) es bastante larga, y con eso Reverte ya llena un tercio del libro. Incluye a Barents, Baffin, Cook, Hudson. Los hubo que quedaron en la memoria de los inuit, cuya tradición oral se tiene como bastante verídica. Y en los libros de historia inglesa quedan las pifias británicas como la de traer cientos de toneladas presuntamente auríferas a su patria desde Canadá. Carlsten encontró 272 años después la cabaña intacta en la que invernaron Barents, De Veer (que lo contó en un diario encontrado allí) y otros (la mayoría no lo superaron) en 1597. A Hudson y sus dos hijos los abandonaron sus hombres amotinados mientras también buscaba el Paso del NO. Y si: hasta lo estirados miembros del Imperio Británico, en caso de aislamiento, también se asesinaban y deglutían los unos a los otros a dos carrillos. De todas las frustradas expediciones, la que más esfuerzos, imaginación y tiempo se dedico en rescatar fue la de John Franklin, un mal marino que se convirtió en mito y cuya suerte merece un libro a parte: 50 expediciones se fletaron para intentar saber qué pasó con aquel capitan y los suyos. Los inuit fueron los únicos que los vieron y dieron noticias a los británicos, pero Franklin despreciaba su estilo de vida para sobrevivir.  Fue una historia muy comercial en los medios de su época. La tragedia, histórica. La solución del enigma, en el libro de Reverte.
    El rosario de intentos encontró al noruego Amundsen aprendiendo de errores anteriores y de las virtudes esquimales con la obsesión de hacer el paso del NO en un solo viaje. En su viaje de 1903-1906 lo logró.

    El viaje de Reverte tiene una segunda parte, menor en extensión y pretensiones, en la que sigue el curso del río Mackenzie desde su delta hasta Yellowknife, persiguiendo una aventura fluvial que no termina de concretarse como en otras ocasiones. Allí, sin embargo, se siente por fin apreciado y bien acogido en una población de inmigrantes de todo el mundo, donde impera la riqueza del oro, el petroleo, el gas, la plata, el uranio, el cobre, etc, y está alguno de los mejores pubs del Canadá como es el Gold Ranch. De paso nos contará las aventuras del Albert Johnson, también conocido como el Trampeador Loco, y la lamentable experiencia del inspector Francis J. Fitzgerald y sus tres ayudantes que perecieron de forma miserable por las tormentas de nieve. El viaje, hasta entonces, había sido mucho menos comunicativo con los autóctonos porque los inuit guardan gran recelo a los blancos: obligados a colonizar nuevos poblados, perdieron sus tradiciones y viven en gran medida de subvenciones estatales y doblegados por el alcoholismo y altas tasas de diabetes. Con eso sí nos da una idea de lo que nos encontraríamos ahora.

En mares salvajes, de Javier Reverte, Editorial Plaza&Janes, 448 pág, Año 2010

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