LAS MONTAÑAS DE BUDA, de Javier Moro
El Tibet es una región complicada de visitar por estar ocupada por los chinos. Y no solo por su gobierno, sino por multitud de colonos que se han establecido en condiciones ventajosas para diluir demograficamente a la población autóctona e infravalorar su cultura. Llevamos décadas viendo el genocidio de China, ese temible e inquietante país que engloba tantos problemas en su territorio y que los exporta al resto. Un gobierno al que no hay estadista o empresario que se pliegue. Como en todo, en esta vida también estamos supeditados al capitalismo y manda don dinero. Lo que no quita que, pese al cansancio informativo, no merezca la pena descubrir las vicisitudes de la gente que lucha por su vida y emprende viajes porque no se conforma con lo peor del mundo. Tal es el caso de la historia que nos cuenta Javier Moro, la de dos viajes, uno en los años 50 por parte del Dalai Lama en fuga hacia la India, y otro a principio de los años 90, por parte de dos monjas budistas, Kinsom y Yandol.
La historia del Dalai Lama puede haber sido más o menos publicitada, y hay películas que lo han reflejado, así como reportajes en cualquier medio informativo. Cabe resaltar del libro al menos que su exilio al principal país de acogida no fue fácil, que sus compatriotas no estaban preparados viniendo de una sociedad feudal en lo material y espiritual, y que incluso no estaban preparados fisiológicamente para adaptarse a climas más benignos y húmedos, distintos al Tibet, y que por tanto, enfermaban y aun morían por esa causa. Eso está añadido al profundo apego y nostalgia por la Arcadia perdida, un sentimiento que no entra nunca dentro de la lógica de las ideas sino del corazón.
Con lo que ya se sabe de la política integradora del régimen chino, no es extraño que el autor se ponga de parte de los protagonistas y de lo que representan sin dudarlo. La elección del Dalai Lama, sus años de formación y sus terribles dudas para acceder a los cantos de sirena de Mao Zedong y sus acólitos, son los detalles que conocemos de su vida y el porqué de su expatriación. Sin embargo, no sería un libro de viajes también si no estuviera la odisea de las dos monjas para escapar con vida de la represión china. Tras las violaciones y torturas en Lhasa, tras la persecución de lo que sea culturalmente tibetano (celebraciones religiosas, cantar canciones típicas, incluso silvarlas, tener objetos de culto en casa, etc) deben huir si quieren mantenerse con vida. Las ayudas que reciben son clandestinas y la promesa de un mundo mejor para ellas ya no está en su hogar, el Tibet, sino en un mundo por descubrir y que ni imaginan.
"... un resumen de la herencia de 30 años de invasión china: un millón doscientos mil tibetanos, la quinta parte de la población, había muerto de inanición o a causa de los malos tratos; 6254 monasterios y conventos fueron destruidos, sus tesoros vendidos o fundidos en lingotes o moneda; el 60% del patrimonio literario había acabado en la hoguera; la provincia de Amdog se había convertido en el mayor gulag del mundo, con capacidad para 10 millones de presos; uno de cada 10 tibetanos ha pasado por la carcel, 100.000 estaban en campos de trabajo"
El autor se preocupa de ilustrarnos los motivos de esta huida hacia la libertad de conciencia porque nadie podía estar más apegado a su tierra que estas monjas. En el Tibet parece que la tierra te invita a mirar ese mundo de las ideas budistas. Pero el invasor chino les niega ese derecho ancestral y por eso se meten en una expedición ilegal y arriesgada de prófugos muy mal preparados para cruzar la barrera de los Himalayas, esconderse de los soldados chinos, sortear a los corruptos guardias nepalies y acogerse como refugiados a la caridad del gobierno indio y a la de sus propios compatriotas. El meollo de la aventura es seguir a las dos monjas metidas entre desfiladeros, avalanchas, sufriendo mal de altura. El relato sigue a un niño de 10 años enviado por sus padres al exilio gastándose todo lo que tenían mientras el menor está a punto de perecer de congelaciones. Y no sabremos hasta el final si el guía es de fiar o no. El continuo escape de gente ha conseguido sin embargo dar a conocer esta tragedia de nuestros días, avergonzarnos (una vez más) de la escala de valores de nuestros gobiernos (y, a la larga, de sus votantes), contando con la complicidad del desconocimiento, la distancia y de que no nos faltan otros problemas. Sin embargo el paisaje tan alucinante que apreciamos del Tibet en las fotos, en sus historias y su cultura, no estaría completo sin una imagen humana, sin el relleno del grupo social que no interesa mostrar ante las cámaras (porque no queda bien, porque irrita a las autoridades, etc). Ir al Tibet (si te dejan estar sin vigilancia) y no ver la otra cara del Tibet, es perderse cosas que no gusta ver pero que también forman parte imprescindible del paisaje. Seguro que hay otros ejemplos en el mundo.
La lectura es ágil, no es un panfleto antichino (los propios chinos lo han puesto muy fácil), y cabe reflexionar sobre el papel que tenían las autoridades religiosas en el Tibet de antaño. El libro se basa en viajes a Nepal, Tibet y la India, así como a entrevistas a sus protagonistas. Con todo, es un buen libro para tener un viaje literario a una región del mundo difícil de descubrir.
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