TIERRA DORADA, de Norman Lewis
Acabada la Segunda Guerra Mundial, el planeta fue repartido en zonas de influencia, básicamente dos, la americana y la soviética. Sin embargo, Lewis, un tipo que había estado en los servicios de inteligencia británicos, sabía que la influencia china, a partir de 1949, también era otra vital importancia para los países limítrofes. Hoy nadie duda de ello, pero en el año 1951 Lewis decide que si va a caer un telón de acero amarillo en esa región del mundo, tiene que darse prisa para ir cuanto antes y contarnos lo que se ve y lo que se escucha en Birmania, hoy Myanmar.
El viaje de Lewis, hace 60 años, es de los más incómodos que uno pueda vivir sin jugarse el pellejo por ello: las infraestructuras modernas del país son inexistentes, la carreteras son patatales, los camiones y autobuses no valdrían ni para piezas, el hospedaje es en casas particulares muy particulares, quedan prisioneros japoneses penando en cárceles por sus atrocidades, hay campos minados, guerrillas de las etnias shan, mon y karen dedicadas a espantar toda intromisión foránea en sus cotos paramilitares,... Con decir que un tipo tan bregado como él estuvo a punto de tirar la toalla durante las primeras semanas de viaje, uno supondrá que moverse libremente por el país fue un intentó muy difícil, audaz, pero superado. Duró tres meses.
"La perspectiva de viajar por mar a Mergui a bordo del vapor hacia ejercer mi imaginación... Navíos como este solían comandarlos marineros empíricos, capitanes que se perdían cuando no tenían a la vista puntos de referencia conocidos en la costa. Eran casi tan inútiles como los barcos que pilotaban, bebían como esponjas, incurrían en obsesiones religiosas y se sumían en largos periodos de ligera demencia en los que eran capaces de merodear desnudos por el puente de mando"
Nada más aterrizar en Rangun (ahora Yangon), Lewis comprende que hay muchas otras influencias a parte de la comunista capaces de desvirtuar la cultura birmana: la huella británica se nota demasiado en una sociedad clasista, cuyos dirigentes se comparan con los ingleses de la época colonial. Así es como ven los birmanos a Lewis, y como le quieren tratar las autoridades del país, protegiéndolo con militares, obligándole a viajar con infinidad de permisos visados porque acceder a determinadas regiones es complicado. Pero él huye de todos y opta por viajar con la gente común, comer con ellos, dormir como lo hacen ellos, intentar enterarse de lo que de verdad les pasa, lo que sienten, lo que piensan, sin trabas, con los amigos que hace por el camino, sin pasar por ninguna ventanilla. Contarnos su visita a las pagodas de Sule y de Shwedagon, o un rato en el teatro tradicional pwe esta bien pero no es a lo que Lewis fue a Birmania. Prefiere contarnos cómo viven el budismo.
"Todo se había decidido y establecido 2000 años antes de forma definitiva. Ninguna pregunta se había quedado sin respuesta. Todo estaba escrito en Las Tres Cestas de la Ley, sus crónicas y subcrónicas, diseccionadas y clasificadas más allá de toda controversia: las 7 cualidades, las 5 virtudes, las 6 máculas, los 8 peligros, las 96 enfermedades, los 10 castigos, los 32 resultados del karma. Aunque Birmania era una nación joven, había heredado una civilización con las arterias endurecidas de la senilidad."
Lewis es un escritor que viaja y se interroga por lo que ve y le llama la atención. Si obtiene una idea negativa, también la cuenta.
El relato no despega realmente hasta que no sale de Rangun y visita las tierras del sur, hacia Mergui, en un ferry donde las mesas se ocupan a la hora de cenar por clases sociales estrictas. Un viejo abogado, U Tun Win, será de los que le ayuden a interpretar lo que ve y a guiar sus pasos hacia lo que busca: contarnos una vida cotidiana en proceso de extinción. Muchas veces estos amigos quieren mostrarle monumentos, edificios oficiales, etc, pero él tuerce entonces el gesto y se va a descubrir la trastienda de todo lo que le enseñan. Eso les desconcierta. Por ejemplo, descubre que en ese momento son los hindúes los dueños de las finanzas del país con sus préstamos a los tenderos y agricultores. Solo profundizando en estas relaciones se llega a escuchar las amargas quejas que ocupaban a los birmanos en la vida real, no la turística.
"Le pregunté a Tin Maung si creía que podía hacerles una fotografía, él se acercó a ellos y, a mi entender, con excesiva formalidad, preguntó por el cabeza de familia. Mantuvieron una larga discusión seguida de un rechazo... Tin Maug dijo: No se niegan por timidez, sino por superstición. Más tarde, cuando yo creía que ya había olvidado el incidente, añadió: Nuestras mentes deben adaptarse a las condiciones medievales, que son variables.
Allí, en Kyaukme, habia un leproso sin piernas que se apoyaba en las caderas y llevaba almohadillas en las manos. Un niño le ayudó con ternura a cruzar el mercado rodeándole el cuello con un brazo. Por la experiencia en Mandalay, deduje que aquel niño se encontraba en las primeras fases de la lepra."
templo en bagan |
Lewis no olvida otros detalles de la vida rural, como la recogida de nidos de vencejos para comer y otras costumbres culinarias, las relaciones maritales tan extrañas para los occidentales o las fiestas de ingreso a un monasterio budista. Llegado a Mandalay en avión, vuelven a intentar aislarlo de la realidad por simple deferencia a la diferencia de clases victoriana que los birmanos aprendieron durante la colonización. Visita la pagoda de Arakan, pero también la leprosería, donde las monjas ejercen el proselitismo disfrazado de caridad. Más allá de todo ello, la historia de Mandalay es muy interesante. En Taungbyon nos hablará del panteón de los dioses nat y de otra de la infinidad de pagodas que encuentra, la de Anawrahta. De camino a Lashio se topa con una princesa de la antigua realeza, pero uno de los puntos fuertes del libro son las peripecias del autor por los caminos birmanos en autos destartalados porque lo hace con infinita paciencia y mucho humor. Otro seria la descripción de los guerreros shan y su cultura. El viaje por el norte le lleva aun tiro de piedra con la frontera china. Nos habla del mito del elefante blanco, algo que aun puedes encontrar en blogs sobre política actual de la Junta Militar en Myanmar. Montado en un camión en lo más alto del montón de patatas, escucha las historias de como huyeron miles de ellos de la invasión japonesa. Contempla las peleas de búfalos, y baja a Mandalay en barco por un rio en el que encuentra el monasterios de Kyaukmyaung donde amaestran a los peces. Tras otros desastrosos camiones y trenes, aliñados con disparos de la guerrilla, llega de vuelta a Rangun, a punto para la fiesta de la luna llena de Tabaung y para ver algo que le deja boquiabierto por su belleza: la pagoda de Shwedagn.
En definitiva, TIERRA DORADA es un ejemplo de literatura de viaje, de actitud hacia mundos en peligro de extinción. Y de buena escritura, la que no olvida el placer de leer un texto bien escrito. Posteriormente he leído otros relatos de viajeros actuales por la región con el fin de contrastar, y la diferencia de todos ellos con Lewis está en que mientras él trata de comprender, de aprender in situ y con cierto riesgo personal (pasa algunos días de fiebre por la malaria en plena selva sin ayuda, tiroteos, etc), encontramos otros relatos, generalmente posteriores, en los que es difícil salirte del circuito para turistas y es difícil ver algo más de la progresiva universalización de las costumbres que impone la economía de mercado. Ahora se trata de conectar con la gente en un punto intermedio entre dos civilizaciones. Para Lewis el viaje es llegar a la otra civilización sin que se moviera de su punto de origen porque prefiere desplazarse él aunque sea incómodo. Leyendo relatos como este, uno comprende que la mayoría no pasamos de turistas.
TIERRA DORADA,de Norman Lewis, en Editorial Altair, colección Heterodoxos, año 2009. Son 325 páginas con 17 fotografías del autor en blanco y negro.
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