CÁMARAS DE GAS. LA SANGRE Y EL ÁMBAR, de David Torres
"Los Einsatzgruppe y los Sonderkommando de las SS ejecutaron miles y miles de judíos en los primeros meses de la Operación Barbarroja, cuando el ejército alemán invadió la Unión Soviética. En los bosques de Rumanía, de Lituania, de Rusia, de Ucrania, los judíos eran capturados y tiroteados allá donde se encontraran. Tan sólo en el barranco de Babi Yar, en las afueras de Kiev, el 29 y el 30 de septiembre de 1941, ejecutaron fríamente a 33.771 judíos. En ocasiones, los verdugos se sentían incapaces de disparar a los niños: preferían enterrarlos vivos junto a sus familiares muertos. Otras veces la compasión no les alcanzaba tanto: hay una foto tomada por uno de los componentes de un Einsatzkommando momentos antes de un fusilamiento. Es el retrato de una veintena de críos, descalzos, de unos tres a cinco años, que miran directamente a la cámara, algunos sonriendo, otros asustados, otros intrigados, igual que si estuvieran posando para una foto en el patio del colegio. Sólo una niña, la más pequeña de todas, llora, tapándose los ojos con las manos. La fotografía es un preludio del balazo. La cámara está instalada en la boca misma de la muerte.
En muchos casos, los verdugos no podían soportar la brutalidad de las ejecuciones. Algunos salían traumatizados de la matanza, no podían dormir, atormentados por las visiones de los homicidios en masa que habían perpetrado; otros tenían pesadillas horribles; unos pocos jamás pudieron volver a incorporarse a filas. Fue entonces cuando Himmler, que había presenciado las masacres de Minsk, decidió planificar y organizar los asesinatos masivos de manera que el impacto psíquico sobre los ejecutores fuese mínimo. Aquella espantosa cultura de la muerte instaurada por los alemanes dio sus primeros pasos en las fosas comunes del este de Europa, se fue perfeccionando en los campos de exterminio de la Aktion Reinhard y alcanzó la cúspide de su eficacia en Auschwitz, el matadero humano por antonomasia, la más increíble y despiadada maquinaria de ejecución jamás inventada por el hombre.
En principio, los tanteos fueron atroces, una chapucera mezcla de atrocidad y esperpento típica de la mentalidad nazi. El doctor Widmann sugirió una mejora en los procedimientos homicidas mediante el experimento de colocar a varios enfermos mentales en un búnker junto con cargas explosivas. Es curioso que, porcentualmente, la clase médica constituyese la profesión que más afiliados proporcionó al partido nazi. Huelga decir que el experimento de Widmann fracasó de forma estrepitosa: el búnker se derrumbó, saltaron pedazos de carne hasta lo más alto de los árboles y algunos heridos salieron arrastrándose y dando gritos entre los escombros.
Entonces el doctor cambió de táctica: metió a unos cuantos pacientes de un hospital psiquiátrico de Moguiliov, cerca de Minsk, en un sótano de ladrillo, y los asfixió con gas. Fue el primer paso hacia los camiones letales de Chełmno, que transportaban a las víctimas con el tubo de escape instalado en el interior hacia un viaje sin retorno. La utilidad del Zyklon B, ácido prúsico cristalizado, fue descubierta casualmente por Fritsch, uno de los subordinados de Hoess, el comandante de Auschwitz, cuando intentaba acabar con una plaga de insectos que inundaba el recinto. Himmler, gran aficionado a los cultivos agrícolas, quería que Hoess convirtiera buena parte del campo de concentración en un centro de investigación botánica. Pretendía montar un prototipo de granja germánica que fuese un modelo para toda la agricultura de la cuenca de Silesia. Por una macabra carambola del destino, fue la afición a la jardinería del Reichsführer de las SS la que hizo que los nazis descubrieran el veneno rápido, barato y definitivo que andaban buscando.
Al contrario que en Treblinka, un aparatoso infierno medieval, la escenificación de la muerte en Auschwitz era limpia y veloz: una grotesca simulación ensayada al milímetro tanto para serenar a las víctimas que llevaban al matadero como para evitar problemas a sus verdugos. Repetida durante meses y años, día tras día, la ceremonia consistía en tranquilizar a un montón de gente asustada y convencerles de que allí dentro no les pasaría nada malo, que sus sufrimientos habían terminado, que se les proporcionaría ropa limpia y se les asignaría un trabajo. El punto más delicado del engaño era cuando les explicaban que previamente era necesaria una desinfección: amablemente, un oficial les pedía que se quitaran la ropa y que la dejaran a un lado junto con sus pertenencias antes de entrar en los baños para darse una ducha."
Lo que queda actualmente de las camaras de gas en Auschwitz |
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