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martes, 4 de abril de 2017

AUSCHWITZ. LA SANGRE Y EL ÁMBAR, de David Torres

AUSCHWITZ. LA SANGRE Y EL ÁMBAR, de David Torres 

    "Una vez más el mal consiste únicamente en una pesadilla horizontal, una enorme extensión de yermas hectáreas lamidas por lenguas de nieve, cerradas por alambradas, con unos pocos barracones en pie y unos cuantos rectángulos lívidos que indicaban, sobre el suelo atormentado, el lugar donde los otros barracones habían sido quemados. El fondo del campo se pierde en la lejanía, más allá de donde alcanza la mirada. Apenas quedan visitantes cuando bajamos a la entrada, y la soledad y el frío amplifican el vacío infinito del lugar. Un rabino con sombrero y largas barbas rizadas camina junto a un muchacho que sostiene abierto el libro de oraciones. El rabino recita fragmentos de la Torah camino del andén de descarga, sus zapatos oscuros resuenan entre la nieve endurecida y sus largos brazos imparten bendiciones a izquierda y derecha. Al verlo, se me hizo un nudo en la garganta. Fuimos incapaces de seguirlo y doblamos hacia uno de los barracones, donde un profesor concluía la visita a Auschwitz con una lección que hubiera conmovido y afligido a Adorno. Los colegiales, muchachos de doce o trece años, permanecían de pie junto a las literas, escuchándole. Después se levantaron y pasaron cabizbajos a nuestro lado. Le pedí a Aśka que me tradujera qué había dicho.
—Ha dicho: «Estáis aquí para aprender, para que esto no vuelva a suceder nunca. Recordad esto siempre. Y pensad que hace sólo unos años, durante la guerra de Yugoslavia, un soldado serbio estaba sentado con un cubo lleno de ojos humanos al lado. Entonces otro soldado se acercó y le dijo si quería que le trajera hielo para conservar mejor los ojos. “Me da igual —respondió—. Me traen un cubo de ojos nuevos cada día.”»
(...)
No quería pensar ni por un segundo en la posibilidad de pasar la noche en aquel recinto abandonado, entre multitudes de sombras, con temperaturas inferiores a los diez grados bajo cero. Me detuve un momento para esperar a Aśka y recobrar el aliento. Entonces miré atrás, y vi el cielo encendido en una fogata espléndida, una apoteosis, cuajada de nubes y colores que ardían entre las últimas filas de álamos. Bajo el fuelle de mi respiración, Birkenau adquirió una serenidad de cementerio, un silencio póstumo tejido en el atardecer más bello que jamás hayan contemplado mis ojos. Aśka no podía creerlo cuando le pedí que mirase, antes de seguir adelante.
Llegamos jadeando hasta la entrada. Las puertas todavía estaban abiertas y el chófer esperaba, sentado en el interior del vehículo. Aún vimos los últimos rescoldos del sol moribundo hundiéndose en la línea del horizonte, inundándolo todo de un cárdeno e incongruente resplandor mientras nos alejábamos del corazón de las ciegas tinieblas."

Auschwitz

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