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viernes, 7 de abril de 2017

RUSOS EN VARSOVIA. LA SANGRE Y EL ÁMBAR, de David Torres

RUSOS EN VARSOVIA. LA SANGRE Y EL ÁMBAR, de David Torres 

    "Sentados en aquella penumbra hospitalaria, recordé una anécdota que me contó Pepe Rey, cuando viajó a Cracovia a finales de los setenta. Era de noche, se había metido en una galería y luego descendido a través de unas escaleras hasta dar con un bar que parecía una catacumba, una especie de sótano con una hornacina en la pared donde estaban empotrados dos vejetes de pelo blanco y frac raído: un violinista y un pianista. En el pequeño salón sólo estaban él, los músicos y tres o cuatro parejas, todos sumidos en una penumbra húmeda y eslava: el tintineo del hielo en los vasos, el ir y venir de las botellas, la tristeza chopiniana de los dos viejos que tocaban canciones folklóricas con el mismo entusiasmo de un obrero en una cadena de montaje.
De pronto hizo su aparición un jerarca ruso, alto, gordo, abrigo y gorro de piel. Se sentó en una de las mesas, dio dos palmadas y ordenó a voces, en ruso, algo que Pepe identificó más tarde, cuando el camarero lo sirvió en una bandeja: vodka y caviar. Después dio otras dos palmadas y ordenó que tocaran una canción rusa. Obedientes, los músicos empezaron a tocar una enfermiza versión de Kalinka mientras el ruso se arrimaba a una rubia y empezaba a sobarle descaradamente los muslos. Ni siquiera le importó el tipo que estaba al lado de la chica. Le gritaba obscenidades al oído, con una seguridad en sí mismo que sólo proporciona el dinero a manos llenas, una pistola en el sobaco o una insignia del KGB. Cuando la canción acabó, Pepe aprovechó que el ruso seguía invadiendo Polonia para acercarse hasta el violinista y preguntarle si se sabía el tema de Casablanca. Los ojos de zombi del pobre viejo se abrieron como flores, le hizo una seña al pianista y ambos emprendieron, con alegría nada folklórica, la nostálgica melodía. El ruso torció la cara y cuando la canción terminó, dio un golpe terrible sobre la mesa y encargó otra canción oriunda del Volga. Pepe, que ya estaba lanzado después de varias copas, encargó una ronda de vodka para los músicos. Cuando terminaron de tocar, se acercó a preguntarles si sabían alguna canción española.
—Only Granada —dijo el violinista.
—Pues Granada, venga. Con dos cojones.
Pepe rescató a la rubia pidiéndole un baile. Al ritmo de aquella canción española empezaron a girar, tropezando entre las mesas. Una pareja, y después otra, se sumaron a la danza. El jerarca ruso se bebió de un trago rabioso su último vodka y salió del local calándose el gorro hasta las orejas.
—La impresión que me dieron todos esos países —me dijo Pepe— es que todo el mundo estaba hasta los cojones del comunismo. Gente haciendo colas de kilómetros, gente esperando, siempre esperando. Cuando ya había tomado varios vodkas, siempre acababa con un polaco o con un checo al lado, borrachos perdidos, cantando canciones, y siempre les preguntaba lo mismo: «¿Por qué no salís a la calle de una puta vez y mandáis a los rusos a tomar por culo?»"

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