DÚROV EL PAYASO. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg
"El invierno del que estoy hablando vi a Dúrov con frecuencia, hacía lo posible por ayudarle y le tomé cariño. Después nuestros encuentros se fueron espaciando, pero me siguió divirtiendo, asombrando e inspirando cuando se daba la ocasión. Era una de las personas más fantásticas que he conocido en la vida. En la arena del circo quería predicar, enseñar, ofrecer explicaciones científicas, hablar de los reflejos, y al mismo tiempo aparecía con unas vestimentas deslumbrantes en un carrito tirado por seis perros o a lomos de un cerdo. Pero en su casa de la calle Bozhedomka, donde entre los invitados se contaban eminentes científicos como Chelpánov y Béjterev, no tenía ningún reparo en interrumpir inesperadamente una explicación sesuda con una broma propia de un payaso. Era de natural poeta y encontró la poesía en el mundo de los actores cuadrúpedos.
Al hablar con la gente a menudo se hacía un lío. Mezclaba el materialismo con el tolstoísmo, el marxismo con el cristianismo. Firmaba sus trabajos científicos como Dúrov el Autodidacta. Pero donde verdaderamente se sentía bien y aliviado era en compañía de los animales. Exhortaba a los humanos a «sentir en cada animal una personalidad consciente, meditativa, susceptible de alegrías y sufrimientos».
En la cabeza de Dúrov se gestaban proyectos fantásticos.
En uno de sus libros, Dúrov cita el texto de una carta que recibió en agosto de 1917: «El Estado Mayor de la Marina ha examinado la propuesta del señor Dúrov concerniente al adiestramiento de los animales —leones de mar y focas— con el objeto de su utilización en la guerra marítima, y encuentra esta proposición muy interesante». La carta está firmada por el jefe del Estado Mayor, un contralmirante. No es difícil hacerse una idea de la disposición de ánimo en que se encontraban entonces los jefes militares si se planteaban seriamente emplear focas amaestradas contra los submarinos alemanes.
(...)
Vladímir Dúrov adoraba a su chimpancé Mimus; me contó con todo lujo de detalles los progresos del simio: «Mimus ha aprendido a pronunciar sílabas, dice algunas palabras. Ahora comienza a escribir. Por el momento sólo conoce bien la letra “o”; ahora le estoy enseñando la “s”». Pero he aquí que acaeció una desgracia. Dúrov tenía que ir de gira a Minsk. Él se ocupaba de Mimus y no lo mostraba jamás en el circo. Así pues, se lo llevó consigo por temor a que le ocurriera algo durante su ausencia. El mono, que caía enfermo con frecuencia, se resfrió y pilló una pulmonía. Vladímir Leonídovich me contó el final del animal: «Dormía en mi cama en el hotel… Lo más difícil, con un mono, es enseñarle a ser limpio. Los gatitos se comportan como es debido. Pero los monos son unos despistados. Saben que tienen que salir, pero enseguida se distraen con cualquier tontería y el resultado es que acaban ensuciándolo todo. Pero Mimus, jamás. Vi que se levantaba, tomaba papel higiénico y se dirigía al bacín… Antes de llegar, cayó muerto».
Y los ojos de Dúrov se llenaron de lágrimas.
Ya he comentado que a veces resultaba difícil comprender su concepción del mundo. Sin embargo, sentía un odio visceral por la guerra; hablaba de ello tanto en la arena del circo como en sus conferencias científicas. En 1924 escribió: «La Rusia soviética ha sido la primera en tomar la valiente iniciativa en favor del desarme y hace un llamamiento abiertamente para que las demás naciones tomen ejemplo de ella». (Es duro pensar que han pasado casi cuarenta años, que hemos vivido una guerra como nunca antes la historia había conocido y que leamos las palabras de Dúrov como si se hubieran copiado del periódico del día).
Dúrov fue durante toda su vida un poeta y un excéntrico. En un examen de religión en el tercer curso del instituto militar de Moscú, Vladímir Dúrov, hijo de un noble, entró en la clase caminando sobre las manos. Los profesores no habían oído hablar de los malabaristas medievales y expulsaron al descarado joven.
En la edad madura, Dúrov estuvo rodeado de científicos; los profesores Kozhévnikov y Leóntovich prologaron uno de sus libros. Uno está tentado a preguntarse: ¿qué tenían en común Vladímir Leonídovich y los pelirrojos del circo, los payasos? Dúrov fue un hombre de circo hasta el final, maldecía la arena del circo pero no podía vivir sin ella.
En el verano de 1934, cuando murió Vladímir Leonídovich, el cortejo fúnebre partió de la calle Bozhedomka y se dirigió hacia el circo. En el coche fúnebre iba el favorito de Dúrov, el pastor escocés Rizhka, acurrucado sobre el catafalco. Miles de personas acudieron a dar el último adiós al payaso que había hecho reír a generaciones de rusos.
Los perros escuchaban, husmeaban y aguardaban; los leones marinos también esperaban; esperaba el cuervo, que repetía en vano su nombre: «Voronok…, Voronusha».Dúrov no acudió. Jamás habrá alguien como él…
A principios de 1921, un día le acompañé desde la TEO hasta la calle Bozhedomka. Nuestro coche iba tirado por un camello flacucho pero entusiasta. De pronto Dúrov me dijo: «¿Por qué responden siempre a todas las preguntas con “Un payaso…, un payaso…”? ¿Sabe? Le contaré un secreto: no hay gente más seria en el mundo que los payasos»."
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