EL PASO CLAVE. SOLO EN LA PARED, de Alex Honnold
"Desde arriba me llegaban las risas de los turistas que había en la cima, ajenos a lo que me sucedía. Había montones de ellos. yo estaba en un infierno muy particular.
Acaricie el mosquetón varias veces, luchando contra la urgencia de agarrarlo, pero pensando también lo estúpido que sería matarme en una placa, resbalando y rebotando casi 600 metros hasta morir cuando podía salvarme tan fácilmente. Los gemelos se me estaban cargando poco a poco. Sabía que debía hacer algo enseguida, pues esa postura, que era como caminar sobre agua, me estaba agotando. Nunca se me pasó por la cabeza destrepar. Iba a seguir subiendo fuera como fuese, pero la cuestión era hasta qué altura. Pero entonces un miedo real se apoderó de mí. Una vez más, respire hondo estudiar los agarres que tenía ante mí y tratar de pensar racionalmente acerca de lo que tenía que hacer.
Aunque para empezar nunca quise estar en esa placa, tenía que terminar lo que había empezado sin invalidar mi ascensión. Al final, adopté un compromiso. Mantuve mi mano en la patética rebaba pero estiré mi dedo índice lo suficiente como para que la última falange descansara en el interior del mosquetón. Lo que pensé fue que si se me iba el pie podría trincar el mosquetón con un dedo y detener mi caída.
Puse el pie en adherencia, me supere sobre él y agarré el canto bueno. Ningún problema. Me había liberado de mi pequeña prisión, en la que había permanecido en silencio durante cinco largos minutos. Y no había hecho trampas al no agarrar el mosquetón.
Subir la placa final de 5.7 casi a la carrera. Una veintena de excursionistas estaban sentados al borde del cortado, contemplando mi sprint final pero ninguno dijo una palabra. Ni gritos, ni fotos, nada. Tal vez pensaban que era una excursión perdido. Quizá no supieran concebir de dónde salía o tal vez les importara todo un carajo. Cuando llegue a la cima con una última superación, me tope con un aluvión de seres humanos, un centenar de personas dispersas por toda la llambria cimera. Junto a mí los turistas se tomaban el bocadillo. Contemplaban el paisaje, sacaban fotos. Gente por todos los lados.
Era una situación extrañísima. Como saltar en paracaídas en Vietnam y aterrizar en un centro comercial.
Estaba sin camiseta, agotado, jadeante, febril. Me inundaban emociones contradictorias. Me avergonzaba haberme asustado en la placa, pero no tenía palabras para expresar el júbilo de haber hecho por fin algo en lo que llevaba meses pensando. Avergonzado de mí mismo por haber forzado las cosas tal vez un poco más allá de lo que había planeado. Pero a pesar de todo, orgulloso de mí mismo"
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