LA MUERTE DE MEYERHOLD. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg
"De todos aquellos a quienes puedo llamar amigos con motivo, Vsévolod Emílievich era el mayor por edad. Yo nací en el siglo XIX, pero él lo vivió: frecuentó a Chéjov, trabajó con V. F. Komissarzhévskaia, conoció a Scriabin, a Yermólova… Lo más sorprendente de todo es que vivía en una eterna juventud: siempre estaba inventando algo, se desataba como una tormenta de mayo.
Recibió ataques durante toda la vida. En 1911, Ménshikov se indignaba por la puesta en escena de Borís Godunov. «Creo que el señor Meyerhold ha sacado de su alma judía a los comisarios de policía y no de Pushkin, en el que no hay ni comisarios de policía ni látigos». Algunos artículos escritos un cuarto de siglo después no eran en verdad ni más limpios ni más justos que las palabras que acabo de citar…
Meyerhold no tenía nada de mártir: amaba apasionadamente la vida, a los niños y los mítines ruidosos, las barracas y los lienzos de Renoir, la poesía y los andamios de las construcciones. Amaba su trabajo. Asistí varias veces a los ensayos: no se limitaba a dar explicaciones, también actuaba. Recuerdo los ensayos de los vodeviles de Chéjov. Meyerhold tenía más de sesenta años, pero sorprendía a los jóvenes actores por su resistencia, por la lucidez de sus hallazgos, por su inmensa alegría espiritual.
Ya he dicho que los espectáculos mueren y no se los puede resucitar. Sabemos que André Chénier fue un magnífico poeta, pero sólo podemos creer que su contemporáneo Taima era un magnífico actor. La creación puede resultar invisible durante cierto tiempo, como un río que se oculta bajo tierra, pero no muere. Cuando asisto a algún espectáculo en París y, a mi alrededor, todo el mundo exclama: «¡Qué nuevo!», me vienen a la memoria los espectáculos de Meyerhold. Me acuerdo de ellos también en muchos teatros moscovitas. Vajtángov escribió: «Meyerhold ha plantado las raíces del teatro del futuro; el futuro se lo reconocerá». Ante Meyerhold se inclinaba no sólo Vajtángov, sino también Craig, Jouvet y muchos otros grandes directores de escena. En cierta ocasión Eisenstein me dijo que sin Meyerhold él no habría sido quien era.
Ya en agosto de 1930 Meyerhold me escribía: «El teatro puede morir. Los enemigos no se duermen. Hay mucha gente en Moscú para quien el teatro de Meyerhold es una raspa en el ojo. ¡Oh, es una historia larga y aburrida de contar!».
Nuestros últimos encuentros no fueron alegres. Regresé de España en diciembre de 1937. El teatro de Meyerhold había cerrado. Su mujer, Zinaída Nikoláievna Raij, había enfermado a causa de todo lo que habían pasado. A Meyerhold le apoyaba K. S. Stanislavski, quien le telefoneaba con frecuencia para darle ánimos.
En aquella época el artista Konchalovski pintó un retrato extraordinario de Meyerhold. Muchos retratos de Konchalovski son decorativos, pero el pintor tenía en gran estima a Meyerhold y en su retrato reveló su inspiración, su angustia y su belleza espiritual.
Meyerhold pasaba mucho tiempo en casa de Konchalovski leyendo y examinando monografías de arte. No cejaba en su empeño: soñaba con representar Hamlet. Decía: «Creo que ahora podría hacerlo. Antes no me atrevía. Si desaparecieran todas las obras del mundo y sólo permaneciera Hamlet, el teatro seguiría vivo».
Quisiera añadir aún que Zinaída Nikoláievna apoyó de un modo admirable a Meyerhold en aquel período tan difícil para él. Tengo ante mí una copia de una carta que éste le escribió en octubre de 1938 desde Górienki, una localidad de veraneo: «Llegué a Górienki el día 13, vi los abedules y se me cortó la respiración… Las hojas están esparcidas por el aire. Esparcidas, permanecen inmóviles, como congeladas… Inmóviles, esperan algo. ¡Cómo las han vigilado! He contado los segundos de su última vida como el pulso de un moribundo. ¿Las encontraré aún con vida cuando vuelva de nuevo a Górienki dentro de un día, dentro de una hora? Cuando el día 13 contemplé este mundo mágico del otoño dorado, todas estas maravillas, balbucée para mí: “¡Zina, Zinóchka, contempla estas maravillas y no me abandones! Te amo a ti, esposa mía, hermana, madre, amiga, eres de oro como esta naturaleza que obra milagros. ¡Zina, no me abandones! ¡No hay nada en el mundo más terrible que la soledad!”».
Nos despedimos en la primavera de 1938, yo me marchaba a España. Nos abrazamos. Fue una despedida muy triste. No volví a verlo: en junio de 1939 Meyerhold fue arrestado en Leningrado, el primero de febrero de 1940 fue condenado a diez años sin derecho a correspondencia. El certificado de defunción data del 2 de febrero.
En 1955 un joven fiscal que nunca había oído el nombre de Meyerhold me contó la manera en que éste había sido calumniado. Me leyó la declaración que hizo en una sesión a puerta cerrada del tribunal militar: «Tengo sesenta años. Quiero que mi hija y mis amigos sepan algún día que fui un comunista honrado hasta el final». Al leer estas palabras, el fiscal se levantó. Yo también me levanté."
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