NUREMBERG. LOS HERMANOS HIMMLER, de Katrin Himmler
"...la idea de que los responsables del terror, las persecuciones y los asesinatos eran unos pocos individuos situados en la cúspide del régimen mientras que la mayoría de la población sólo había estado cumpliendo órdenes favoreció los deseos de exculpación y olvido. Tras los juicios espectaculares de la primera posguerra, la imagen de los criminales nazis de carne y hueso sentados en el banquillo de los acusados de Núremberg no tardó en desvanecerse. Se vio sustituida por la del asesino demonizado, un diablo antropomorfo pero aparentemente alejado de lo humano, que como tal protagonizaba los folletines de guerra y las revistas ilustradas de los años cincuenta, publicaciones plagadas de historias truculentas sobre el desaparecido Martin Bormann o sobre el antiguo médico de la SS de Auschwitz, Josef Mengele.
Fue por eso por lo que el juicio a Eichmann celebrado en Jerusalén en 1961 causó tanto revuelo. En las pantallas de la televisión aparecía uno de los artífices del asesinato de millones de personas y resultaba un ser bien poco demoníaco. Parecía increíble que el hombre solícito, casi sumiso y anodino de aquella sala de autos fuese el temido Adolf Eichmann. Lo que desconcertaba profundamente en él no sólo era el hecho de que afirmara sin cesar que únicamente había obedecido y ejecutado órdenes; que, como millones de alemanes, no había sido más que una ruedecilla en el engranaje; sino que daba la impresión de estar diciendo la verdad. «Lo inquietante en la persona de Eichmann», apuntó Hannah Arendt, observadora del juicio, «es que era como muchos, y que esos muchos no son perversos ni sádicos sino terrible y aterradoramente normales».
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