EL ALZAMIENTO DE VARSOVIA. SANGRE Y ÁMBAR, de David Torres
"En agosto de 1944, veinticuatro años después de «El milagro en el Vístula», el ejército ruso acampó en ese mismo lugar para sentarse a contemplar cómo las divisiones SS alemanas aplastaban la insurrección del AK (Armia Krajowa), el Ejército del Interior que organizaba la resistencia contra los nazis. Stalin ansiaba decapitar cuanto antes a los insurgentes polacos para manejar a su antojo, gracias a los fantoches prosoviéticos, los resortes políticos de la Polonia reconquistada. Durante dos meses se luchó casa por casa, en las alcantarillas, entre las ruinas, intentando liberar la ciudad antes de que llegaran los rusos. En uno de sus berrinches mitológicos, Hitler ordenó que Varsovia fuera demolida piedra por piedra y borrada para siempre de la faz de la Tierra. Según sus mismas palabras, Varsovia volvería a ser tan sólo «un punto en el mapa». La batalla consistió en una impresionante orgía de destrucción en la que una red de partisanos armados de pistolas y fusiles, y de mujeres y niños que hacían de correos entre los distintos sectores de la ciudad, se enfrentó a varias divisiones SS apoyadas por tanques, aviones y cohetes. Los alemanes llegaron incluso a probar nuevas armas, como el impresionante mortero Karl Moser, de 600 ml, capaz él solo de reducir un edificio entero a escombros. A medida que avanzaban, los alemanes iban exterminando a todos los civiles que encontraban.
En su película Kanał, Andrzej Wajda relata la odisea de aquellos guerreros condenados, acorralados sin esperanza en las entrañas y desagües de Varsovia. Los rusos no sólo no ayudaron a los combatientes polacos, sino que denegaron el permiso para que los aviones americanos y británicos que podrían haber llevado ayuda a los guerrilleros repostaran en sus aeropuertos. Tras casi dos meses de lucha, 26.000 bajas alemanas y 45.000 polacas, el AK se rindió sin condiciones. La mayoría de los supervivientes fueron deportados a campos de concentración. Entre los escombros quedaban los cuerpos de más de 150.000 civiles muertos en los combates callejeros, mientras al otro lado del río el Ejército Rojo esperaba de brazos cruzados. No entró en Varsovia hasta enero de 1945. Para los regimientos polacos que acompañaban a las fuerzas rusas (los mismos que habían sido hechos prisioneros en 1939, deportados a campos de concentración y luego, tras la invasión alemana de la URSS, reincorporados junto a las fuerzas soviéticas) fue terrible asistir a aquella penúltima traición que convirtió Varsovia en un cementerio apocalíptico. La última fue ver cómo los heroicos defensores de la ciudad eran arrestados, juzgados con cargos ridículos y fusilados o recluidos en las recién estrenadas cárceles comunistas.
Desde la orilla oriental del Vístula, los mismos hombres que habían luchado codo con codo con los rusos en la batalla por la liberación de Wilno, contemplaban impotentes, una vez más, su hermosa capital convertida en un enorme solar, un rudimentario horizonte de humo y cascotes y muñones de edificios. Una vez más, como en la invasión alemana de 1939 y en el levantamiento del gueto en 1943, al igual que en todas las rebeliones aplastadas por los zares, Varsovia había sido despedazada a manos de sus atroces vecinos. Conrad tenía razón: ni los monstruos pueden vivir ni se puede vivir al lado de monstruos."
Por donde pasaba el muro del guetto |
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