"He de contar una historia bastante estúpida. Quería, aunque sólo fuera por unas horas, visitar la España fascista, ver lo que allí pasaba. No se podía contar con documentos falsos: en Irún había un consejero de la Gestapo. En Hendaya me explicaron que los contrabandistas a menudo introducían en las aldeas fronterizas españolas diversas mercancías. Conocí a uno de ellos, era un vasco francés. Me dijo: «De acuerdo. Pero tenga en cuenta que no me dedico a la política. Sé que los fascistas son unos canallas, pero necesito alimentar a mi familia. No le denunciaré, pero si (Dios no lo quiera) tropezamos con los guardias fronterizos, les diré con franqueza que es extranjero y que le encontré por el camino».
Cruzamos un riachuelo y luego empezamos a trepar. Yo, lo reconozco, estaba inquieto y sentí pánico en un par de ocasiones. Ya ni recuerdo qué carga llevaba mi guía, al que llamaba Jack. Al final fuimos a parar a un pueblo español de lo más corriente, entramos en una casa oscura que olía a aceite de oliva y a ajo. Jack llevó allí a Antonio. Antonio me llevó a otra casa. En cuanto volvimos a Hendaya, apunté una conversación sencilla: «El ama era vieja y sorda». Antonio me dijo: «Los requetés han matado a su hijo. Al mismo tiempo que a Aguirre. Fue allí, por donde has pasado con Jack, cerca de la casa roja. Estaba tumbado allí, soltando insultos. Ella no lo sabía. Y cuando llegó, ya estaba muerto. La dejaron aquí porque ya es muy vieja». La anciana nos miraba por turnos a Antonio y a mí. Antonio le gritó al oído: «Te han dejado aquí porque eres muy vieja». Ella asintió, contenta: «Sí, sí, muy vieja». Luego apretó el pañuelo negro entre sus dedos afilados: «Él no era viejo, era aún joven». Y empezó a sollozar. Antonio se llevó el dedo a los labios: «¡El guardia!». Miré por la rendija del postigo. No había nadie… Antonio explicaba: «Aquí todo el mundo le tiene miedo… Estuve en el mercado de Elizondo. Allí tampoco nadie abre la boca. Tienen miedo… Uno me dijo directamente: “Sólo hablo con mi mujer. Y aun así tengo miedo…”. Yo soy de Villamediana, un pequeño pueblo de ciento sesenta habitantes, pero votamos a los socialistas. Los requetés fusilaron a veintinueve personas».
Antonio me trajo a otros cuatro y dijo: «Podéis hablar con él, es francés, uno de los nuestros». Los campesinos me hablaron con precaución de las requisiciones, las multas. Enseguida vino a buscarme Jack y dijo que era hora de partir.
Volvimos a primera hora de la mañana. Pasamos por el bar de la estación y bebimos coñac.
En general, no vi nada y podría haber escrito sobre la vieja sin correr riesgos innecesarios. Aquélla fue una iniciativa más propia de un muchacho de veinte años. Me di cuenta de ello y sentí más vergüenza que orgullo. Además, temía que me llamaran la atención: podían decir que a un corresponsal de Izvestia no le correspondía embarcarse en semejantes aventuras. Pero todo se arregló y volví a Barcelona."
sábado, 3 de junio de 2017
LA FRONTERA VASCO-FRANCESA EN 1938. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg
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