ÓSIP MANDELSTAM. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg
"Vivimos juntos en Kiev la noche del pogromo. Conocimos la penuria juntos en Koktebel. Hicimos juntos el viaje de Tiflis a Moscú. En el verano de 1934 fui a verlo a Vorónezh: «Suéltame o déjame volver, Vorónezh. Déjame marchar, déjame escapar. Vorónezh: capricho. Vorónezh: cuervo y cuchillo».
Lo vi por última vez en la primavera de 1938, en Moscú.
Ambos nacimos en 1891. Ósip Emílievich me llevaba dos semanas. Con frecuencia, al escuchar sus versos, pensaba que por sabiduría era muchos años mayor que yo. Pero en la vida cotidiana me parecía caprichoso, susceptible, inquieto.
«¡Qué insoportable es!», decía a veces para mí. Pero me apresuraba en añadir: «¡Y qué amable!». Bajo su aspecto inestable se ocultaban la bondad, la humanidad y la inspiración.
Pequeño y endeble, solía echar hacia atrás la cabeza coronada por un tupé. Amaba la imagen del gallo que desgarra con su canto la noche junto a los muros de la Acrópolis; él mismo, cuando entonaba con voz de bajo sus odas solemnes, parecía un joven gallo.
Se sentaba en el borde de la silla y de pronto se marchaba a alguna parte, soñaba con una buena comida, acariciaba planes fantásticos, aturdía con su conversación a los editores. Un día, en Teodosia, tras haber reunido a unos «liberales» ricos, les dijo con severidad: «En el Juicio Final os preguntarán si comprendisteis al poeta Mandelstam y responderéis que no. Os preguntarán si le disteis de comer y contestaréis que sí, y mucho os será perdonado».
En los momentos más trágicos nos hacía reír con sus ocurrencias: «¿Por qué tocas sin parar la trompeta, joven? Sería mejor que te tumbaras en el ataúd, joven».
Quien se topaba por primera vez con Mandelstam, en la recepción de una editorial o en un café, tenía la impresión de encontrarse ante un hombre frívolo, incapaz siquiera de reflexionar. Pero Mandelstam sabía trabajar. No componía sus poesías sentado a la mesa de trabajo, sino en las calles de Moscú o de Leningrado, en la estepa o en las montañas de Crimea, en Georgia o en Armenia. De Dante decía: «¡Cuántas suelas de zapato, cuántas suelas de cuero, cuántas sandalias habrá gastado Alighieri durante su trabajo poético, recorriendo los senderos de cabra de Italia!». Estas palabras son aplicables en primer lugar al propio Mandelstam. Sus poesías nacían de un verso, de una palabra. Cambiaba todo cientos de veces; en ocasiones unos versos cuyo sentido era claro al principio se complicaban hasta hacerse casi incomprensibles; otras veces, por el contrario, se esclarecían. A veces maduraba durante meses enteros una octava y siempre se asombraba ante el nacimiento de un poema.
Durante los primeros años después de la revolución, muchos consideraron su vocabulario y su verso clásico como algo arcaico: «He aprendido la ciencia de las despedidas | en el llanto nocturno, a cabeza descubierta». Ahora estos versos me parecen perfectamente modernos, mientras que los de Burliuk se me antojan pasados de moda. Mandelstam decía: «El ideal del coraje perfecto está preparado por el estilo y las exigencias prácticas de nuestra época. Todo se ha hecho más pesado y monumental». Esto no eran cánones, sino orientación. «Es inútil crear escuelas. Es inútil crear un arte poético propio». Luego el verso de Mandelstam se liberó, se hizo más ligero y transparente."
No hay comentarios:
Publicar un comentario