STALIN Y SU HERENCIA. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg
"...de repente se enteraron de que Stalin había asesinado a sus amigos, que, desconfiando de los viejos bolcheviques, los había obligado a confesar que habían prometido entregar Ucrania a los nazis, que había confiado plenamente en la palabra de Hitler al firmar el pacto de no agresión. El hijo o la hija preguntaban: «Papá, ¿cómo es posible que no supieras nada de eso?».
Hacía sólo tres años los moscovitas se peleaban a empujones para llegar a la Sala de las Columnas, la gente llevaba a los niños en los hombros al pasar junto al ataúd de Stalin, las mujeres lloraban a lágrima viva. Parece que la historia no ha conocido otros funerales de esa envergadura. Stalin aún yacía embalsamado al lado de Lenin, sus efigies seguían adornando las plazas de todas las ciudades, sus retratos aún estaban colgados en diferentes despachos, comedores, colegios, tiendas. Los chicos seguían contestando que la cima más alta de la Unión Soviética era el pico de Stalin y las chicas repetían el poema aprendido: «No hay palabras para reflejar todo el alcance del dolor profundo, no hay palabras que puedan llorar la pérdida de Stalin, liberador del mundo».
Los mitos se solían crear durante siglos y se necesitaban siglos para que se apagasen, se disipasen, se olvidasen. Los individuos habían empezado a comprender poco a poco, con dolor, que no había ningún Dios en el cielo o, al menos, que su lugarteniente en el Vaticano se había apropiado de su título ilegalmente. Sin embargo, a principios de la primavera de 1956, el mito de Stalin se hizo añicos de golpe. La persona a la que se había llamado grande, sabia, genial, cuyo nombre había repetido Yakir camino del fusilamiento, a quien una madre francesa había enviado lo único que le había quedado: el gorrito de su hija torturada por la Gestapo; esa misma persona resultó ser ambiciosa, desconfiada y cruel. Los extranjeros se sorprendían de que los soviéticos hubieran podido soportar pruebas de esa clase."
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