LA GUERRA FRÍA EN BERLÍN. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg
"Mi visado expiró. Me fui a Berlín. Allí la Guerra Fría se había convertido en un hecho cotidiano. Por la fiesta de la Trinidad se organizó un «encuentro de la juventud». Muchachos y chicas con camisas y blusas azules marchaban, cantaban y escuchaban los discursos. Todo eso ocurría entre las ruinas. Un lado de la Potsdamer Platz pertenecía a la República Democrática, mientras que en el otro lado estaban acantonadas las fuerzas estadounidenses. Los chicos con camisas azules lanzaron al otro lado paquetes de octavillas con la imagen de la paloma de Picasso. En respuesta, volaron naranjas por los aires, y un joven con una camisa a cuadros gritó: «¡Pero no tenéis naranjas!».
La gente cruzaba la frontera constantemente para ir al trabajo, ver a los parientes, comprar algo. Hice varias salidas al Berlín occidental. Frente al Romanisches Café, donde en otros tiempos me había sentado con Moholy-Nagy, Maiakovski, Walter Mehring y Tuwim, se cambiaban marcos orientales por marcos occidentales. El mismo ajetreo había entre los cientos de cambistas ubicados en barracas o en las plantas bajas de las casas destruidas. La tasa de cambio entonces era fantástica: por un marco occidental se pedían siete marcos orientales. Costaba un marco afeitarse a ambos lados de la ciudad. Los burgueses ahorradores del sector occidental iban a afeitarse al oriental, con lo cual sacaban un beneficio de seis marcos. Las amas de casa del sector occidental compraban en la zona oriental las hortalizas, mientras que las del oriental adquirían en la zona occidental café, naranjas y plátanos. En las tiendas de la Potsdamerstrasse se vendían tejidos ingleses, y los burgueses ahorradores de Charlottenburg llevaban cheviot excelente a los sastres de Alexanderplatz, donde hacerse un traje resultaba tres veces más barato. En la Kurfürstendamm la gente bailaba samba, bebía vino del Rin, admiraba a las cantantes estridentes y semidesnudas. Los aficionados al teatro, sin embargo, iban al Berlín Oriental para ver las obras de Brecht. En el Berlín Occidental había mucho desempleo, pero los estadounidenses no escatimaban dinero: para ellos no era una ciudad sino un escaparate del paraíso capitalista; los desempleados recibían un subsidio de cien marcos al mes y decían a los amigos del Berlín Oriental: «Sin trabajar ganamos setecientos marcos de los vuestros».
En el sector oriental abundaban las librerías. Se veían muchos manifiestos políticos, en las carteleras se anunciaban Los bandidos de Schiller o discusiones sobre el tema: «¿Es necesario el arte?». El Berlín Occidental estaba repleto de tiendecitas que vendían artículos de lujo.
(...)
Por los altavoces de los dos Berlín no dejaban de intercambiarse acusaciones de la mañana a la noche. Esto, como tantas otras cosas, recordaba lo que sucedía en el frente. La prensa del Berlín Occidental aseguraba que los «rojos» habían alentado una concentración juvenil para ocupar toda la ciudad. Los estadounidenses, los ingleses y los franceses alinearon los carros armados. Pero no se produjo ni un disparo: sólo hubo muchas octavillas y algunas naranjas.
La guerra tiene sus leyes. Empobrece el mundo espiritual de las personas, simplifica sus juicios, santifica a los suyos y convierte en un monstruo al enemigo. La Guerra Fría se parecía demasiado a cualquier otra guerra. Si consideramos Moscú y Nueva York como la retaguardia, los berlineses vivían en la línea del frente. Pero el escritor no puede contentarse con las consignas habituales, con la iconografía o con las caricaturas."
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