EL FRENTE DE LA GRAN GUERRA. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg
"En las trincheras la vida era desesperada y rutinaria al mismo tiempo: se esperaba el correo, se aplastaban y cazaban piojos, se insultaba a los oficiales, se contaban chistes obscenos y después llegaba la muerte.
Los soldados ingleses se afeitaban sin falta a diario: la muerte era la muerte, pero había que afeitarse.
Pregunté cerca de Lens a un soldado francés que trajinaba junto a una casa, que había quedado intacta de milagro, si se podía seguir avanzando, si los alemanes disparaban contra la carretera. Me respondió que no lo sabía, pues no estaba en el frente, sólo había ido a pasar seis días con su mujer que continuaba viviendo en aquella casa.
En un pueblecito los zuavos encontraron a una mujer que rebasaba la cuarentena. Gritaron entusiasmados. Se formó una cola delante de la casa. El mando militar abrió burdeles para los soldados. En el campamento de Mailly había «días para los franceses» y «días para los belgas».
(...)
Los suboficiales castigaban rigurosamente a los senegaleses para dar ejemplo. A los negros los enviaban a una muerte segura. Los senegaleses tosían, enfermaban, no comprendían dónde estaban ni por qué los mataban. Los indochinos, pequeños hombres enigmáticos a quienes habían llevado a las fábricas militares, permanecían en silencio. Durante esos años se inscribía con letras de sangre las cuentas que se presentarían años más tarde.
(...)
En el inicio de la guerra, los soldados alemanes incendiaron la pequeña ciudad de Gerbéviller, cerca de Nancy, que habían ocupado durante un breve período de tiempo. Cuando llegué allí, los lugareños se cobijaban en barracas y chozas. Contaban que de quinientas casas sólo quedaban veinte: habían fusilado a cien personas. ¿Por qué? Nadie lo sabía. ¿Por qué en Senlis o en Amiens los soldados, al entrar en la ciudad, mataron a sus habitantes? En 1916 vi carteles alemanes que anunciaban la ejecución de rehenes; esos carteles volvieron a aparecer en las paredes de las ciudades francesas un cuarto de siglo más tarde…
Se dice que Hitler inventó muchas cosas, pero no es así, se limitó a asimilar muchas cosas y a llevarlas a cabo a gran escala. En una de mis crónicas cité el texto de una orden de la Kommandatur del pequeño pueblo de Oilly en la región de Saint-Quentin: para recoger la cosecha toda la población de las quince aldeas vecinas (comprendidos los niños a partir de quince años) debían trabajar desde las cuatro de la madrugada hasta las ocho de la tarde. La Kommandatur advertía de que «los hombres, mujeres y niños que no acudieran a trabajar serían castigados con veinte bastonazos».
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