EL TENIENTE AYALA. UN GUARDIA CIVIL EN LA SELVA, de Gustau Nerin
"Sin duda alguna, el genocidio de los osumu fue una de las acciones más brutales de las llevadas a cabo por Ayala. Si se le sigue recordando en Guinea es sobre todo por aquel episodio. Pero el ataque contra dicho clan no supuso un acontecimiento aislado, sino que entraba de lleno en la lógica represiva del colonialismo español. En el África colonial, los europeos no vacilaban en matar, robar y destruir cuanto se les pusiera por delante si ello servía para acabar con la resistencia de los «salvajes». Puede que Ayala fuese el militar más violento de todos los destinados en Guinea, pero para obligar a un pueblo libre a doblegarse ante el dominio colonial hacían falta, obviamente, hombres violentos.
Ayala no era un sádico, como su jefe, el coronel Tovar de Revilla. No disfrutaba con palizas y torturas. Era un hombre frío y falto de pasión. Hacía sencillamente lo que consideraba más práctico, y no tenía ningún reparo en utilizar los métodos más brutales para hacer efectiva la colonización. En Mikomeseng las torturas eran constantes. A las palizas se añadía el «bidón», una práctica inhumana consistente en meter la cabeza de la víctima dentro de un bidón de agua de 200 litros y al mismo tiempo azotarla. Algunos hombres morían durante la tortura, ahogados. Aquello no suponía ningún problema para Ayala. El teniente afirmaba, sin ocultarlo, que los negros podían ser asesinados porque «no están contados». No se sabía cuántos existían, y ninguna autoridad se preocupaba por lo que les ocurriera. En 1924 Ayala ejecutó de un disparo en la nuca, personalmente, a algunos fang que se habían negado a efectuar las prestaciones. Y el oficial no ocultaba sus crímenes, sino que intentaba que se difundieran lo máximo posible para intimidar a los habitantes de su circunscripción.
Aunque las expediciones contra los osumu fueran las más violentas de aquel período, no fueron las únicas, y quizá hubiesen existido más de no haber sido por la escasez de munición. En 1922, mientras en el interior de la Guinea Continental se preparaba la ofensiva contra los osumu, desde el islote de Elobey se planeaba un ataque contra varios poblados del sur de Guinea. En mayo de 1924 el teniente Carrasco de Egaña, desde Mikomeseng, lanzó una nueva ofensiva militar contra algunos pueblos del interior que seguían resistiéndose a los colonizadores…
Ayala y sus compañeros, en sus dominios, estaban fuera de control. La Guardia Colonial organizaba expediciones de castigo sin el preceptivo consentimiento de los subgobernadores y del Gobierno General. En 1924 los jefes de puesto lanzaron dos ofensivas contra los fang en las que se usaron más de mil cartuchos. Ni siquiera enviaron un informe al Ministerio de Estado. Tan sólo notificaron los hechos a Madrid cuando, durante una inspección de expedientes rutinaria, un funcionario funcionario del Ministerio se dio cuenta de que en la colonia faltaba munición.
A menudo las expediciones militares tenían como objetivo castigar aquellas poblaciones en las que los áscaris hubieran encontrado resistencia. En ciertos casos, los jefes militares eran conscientes de que sus subordinados se habían excedido en el cumplimiento de sus funciones, pero, aun así, organizaban violentas incursiones para afianzar el «prestigio» de los colonizadores. En una ocasión, un corneta fue golpeado por la gente de un pueblo en el que había robado; Ayala reconoció que su subordinado había delinquido, pero ordenó que la aldea fuese arrasada. Los áscaris quemaron las cabañas y destruyeron todas sus plantaciones.
La represión pretendía ser ejemplarizante y evitar toda crítica a la colonización. Por eso los ataques a símbolos coloniales se castigaban con suma brutalidad. En un pueblo de la zona de Añizok, cinco hombres cortaron a hachazos el poste en el que su jefe había puesto la bandera española que Ayala le había entregado. El teniente, al enterarse, envió un pelotón de guardias coloniales al pueblo con instrucciones muy precisas. Los áscaris detuvieron a los cinco responsables de los hechos y les obligaron a cavar un gran hoyo en el mismo sitio en que se había ubicado el poste. Y allí mismo los ejecutaron y los enterraron. Además, antes de enterrar los cuerpos, los guardias les cortaron la cabeza. Llevaron las cabezas en un cesto hasta Mikomeseng, para entregárselas a Ayala. Era necesario que demostrasen haber cumplido sus órdenes al pie de la letra.
Los jefes de la Guardia Colonial consideraban necesario imponer un régimen de terror absoluto en el país fang.
En realidad, la capacidad bélica de las tropas coloniales era muy reducida: no tenían ametralladoras, ni granadas, ni emisoras radiofónicas… Los cabos y los sargentos blancos, en teoría, tenían que llevar pistola, pero no lo hacían; sólo las llevaban los oficiales, porque no había bastantes para todo el mundo. Los jefes militares no dejaban de pedir más armamento a Madrid, pero nunca llegaba. Era indispensable, pues, que los guineanos supieran que cualquier ataque contra la Guardia Colonial daría lugar a una represalia brutal. En todo el proceso de conquista del territorio no fue asesinado ni un solo guardia colonial blanco. No es casualidad. Los fang sabían que, si mataban a un europeo, las consecuencias serían fatales para ellos. De hecho, todavía hoy, en lengua fang, para decir que algo es muy grave se recurre a la expresión «Es como si hubieras matado a un blanco».
Julián Ayala, a finales de 1920, en Guinea Ecuatorial |
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