HE AQUÍ LA GUERRA. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg
"Compré un periódico francés y me quedé estupefacto: hacía tiempo que no leía los periódicos y no sabía lo que ocurría en el mundo. Le Matin anunciaba que Austria-Hungría había declarado la guerra a Serbia; Francia y Rusia se disponían a decretar la movilización general ese mismo día. Inglaterra guardaba silencio. Me pareció que todo se venía abajo: las acogedoras casitas blancas, los molinos y la Bolsa…
Intenté cambiar dinero ruso, tenía veinte rublos, pero en los bancos me respondieron que, desde la víspera, sólo cambiaban monedas de oro. No me alcanzó el dinero para pagar el hotel, dejé allí mis cosas y corrí a la estación.
Durante la noche del 2 de agosto llegué a la última estación belga, los trenes ya no entraban en Francia. Los belgas decían que su país permanecería neutral cualesquiera que fuesen las circunstancias (al día siguiente los alemanes invadieron Bélgica). Era preciso cruzar la frontera a pie. Despuntaba el alba. Caminamos entre pesadas espigas doradas, después encontramos un prado verde; cantaban las alondras. Mis compañeros no decían nada. Por un camino desierto pasó un rebaño, sonaban los cencerros de las vacas. Finalmente apareció a lo lejos un hombre, era un centinela francés; no sé por qué motivo disparó al aire, y ese disparo, en el silencio campestre de la mañana, me trastornó: de pronto comprendí que mi vida se había escindido en dos. Algunos soldados entonaron La Marsellesa con voz desafinada. Salieron a nuestro encuentro unos alemanes, hombres, mujeres y niños con fardos pesados; se dirigían hacia Alemania. El centinela dijo en un tono difícil de definir, tal vez de reproche, tal vez de indiferencia: «He aquí la guerra».
Miré atrás por última vez: el blanco camino desierto, el rebaño de vacas, el pueblecito belga. No sabía que unos días más tarde prenderían fuego al pueblo y que las divisiones alemanas avanzarían por aquel camino en dirección sur, no sabía que la guerra iba a ser tan larga (todo el mundo decía «un mes, tal vez dos»), pero sentía que en el mundo todo había cambiado. Ahora sé que, del mismo modo que las campanadas del reloj señalan el inicio del nuevo año, el disparo inmotivado de un centinela, en algún punto de Erquelinnes, marcó el inicio de una nueva era.
Aquel día de verano se grabó para siempre en mi memoria. Se habla a menudo de la importancia del primer amor. Pero para mí, como para todos los que me rodeaban, era la primera guerra."
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