EEUU, AÑOS 60. ECOLOGÍA O CATÁSTROFE, LA VIDA DE MURRAY BOOKCHIN, de Janet Biehl
-"Entre los negros y la juventud, la oposición a la guerra se estaba transformando en un profundo desprecio por las instituciones establecidas y un odio a la manipulación política. Los estadounidenses corrientes estaban saliendo de la inmovilidad de la década de los 50 y cada vez se sentían más irritados por el conflicto bélico. Poseían una larga tradición de desconfianza hacia el gobierno y la autoridad. Millones de ellos se cuestionaban lo que es -la realidad del sistema dominación y del capitalismo- y visualizaban lo que podría ser -la potencialidad de la libertad-, lo que suponía el tipo de pensamiento que, desde los 50, Bookchin consideraba necesario para crear un movimiento revolucionario.
Esto daría lugar a que, en breve, tal vez el estadounidense medio pasase a estar interesado en la democracia participativa. Y, sin embargo, justo en aquel momento, la nueva izquierda estaba abandonando la democracia y abrazando la propaganda leninista. En lugar de reclamar una mayor democracia estaban imitando a la Guardia Roja con su inflexible autoritarismo sus insufribles cuadros y su agrio escarnio a los impulsos populistas de la gente corriente. Esa no era la manera de lograr la libertad.
(...)
La realidad -explicaba Bookchin- era que los movimientos estadounidenses no formaban parte de ninguna lucha internacional revolucionaria común. Las revoluciones del Tercer Mundo que admiraba la Nueva Izquierda estaban teniendo lugar en sitios que aún debían superar el problema de la escasez: China, Vietnam y Cuba todavía estaban peleando por transformarse en paises industrializados, un estadio que tanto Estados Unidos como Europa Occidental ya habían alcanzado hacía mucho tiempo. Es más, Mao Zedong, Ho Chi Minh y Fidel Castro -decía él- no promueven el desarrollo industrial, lo fuerzan utilizando métodos dictatoriales. Los Estados que creaban en nombre del socialismo, no eran -afirmaba Bookchin- realmente socialistas, sino estados policiales, envueltos en banderas rojas y adornados con retratos de Marx, Engels y Lenin. Sus pequeños libros rojos, invocando el socialismo, no ofrecían más que las máximas fraudulentas de la tiranía
En realidad -aseguraba Bookchin- la mejor manera que tenía la juventud radical estadounidense de ayudar a los pueblos del Tercer Mundo era provocar cambios revolucionarios aquí, en su casa. '¡No te escondas detrás de la camiseta de Mao Zedong y Ho Chi Minh -imploraba- cuando tu tarea es destruir el capitalismo local!'. la Nueva Izquierda debía dejar de hablar en alemán -es decir, el idioma marxista- y el ruso -es decir, el leninismo'. Debía cesar de postular la absurda noción de que el Tercer Mundo al completo era el proletariado, y de que los estudiantes universitarios, obreros y dictadores del Tercer Mundo representaban la liberación.
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Los estadounidenses tenían sueños utópicos. Los radicales debían proporcionarles una visión utópica basada en sus propios problemas. Dada su profunda desconfianza hacia el gobierno era más probable que los estadounidenses respondiesen al lenguaje del anarquismo que al del marxismo, que se uniesen a un movimiento que intentara acabar con la jerarquía y la dominación cuando llegue, si lo hace, la revolución a Estados Unidos. No será una que nazca de una vanguardia marxista-leninista, dijo. Surgirá espontáneamente desde abajo, gracias a un 'movimiento molecular de las masas' que tendrá como objetivo abolir la dominación del Estado burocrático y centralizado, y el autoritarismo de todo tipo, incluyendo el racial y el sexual, para emancipar una individualidad espontánea, la personalidad creativa y las diferentes comunidades. Es decir, intentar a disolver la jerarquía como tal. Y, como mucho, los revolucionarios actuarán como catalizadores, nunca como comisarios."
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