FRENTE REPUBLICANO EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg
"Estuve en la villa de Fraga, que contaba con diez mil habitantes. Los anarquistas habían quitado a todos el dinero y lo habían sustituido por unas cartillas que daban el derecho a comprar mercancías por una determinada cantidad de pesetas a la semana. Los cafés estaban abiertos, pero no se servía nada; simplemente, uno podía sentarse un rato y luego marcharse. Un médico me contó que había querido encargar en Barcelona un libro de medicina; el presidente del comité le respondió: «Si demuestras que el libro es imprescindible, te lo imprimiremos aquí, tenemos una imprenta. No tenemos relaciones comerciales con Barcelona». En Pina también se abolió el dinero y se estableció un complicadísimo sistema de cartillas; había cartillas que daban derecho a cortarse el pelo y afeitarse. Muchos miembros de esos comités eran sinceros y entusiastas, pero sabían poco de economía. En el pueblo grande de Membrilla (La Mancha), los anarquistas, una vez abolido el dinero, declararon que cada familia, de media, constaba de cuatro personas y media, y por consiguiente, para simplificar la burocracia, cada familia recibiría víveres para cuatro personas y media.
En una pequeña ciudad de Aragón el comité decidió llevarse las vías del ferrocarril, dado que los habitantes lo utilizaban poco y el humo de las locomotoras envenenaba el aire. Los anarquistas en el frente, al enterarse de esta decisión, se inquietaron: tenían que recibir víveres y municiones de la retaguardia; las vías no fueron arrancadas.
Nosotros organizábamos sesiones de cine tanto en las plazas —una pared blanca servía de pantalla— como en una iglesia que de milagro permaneciese intacta, o en los comedores. Los anarquistas adoraban Chapáiev. Después de la primera velada suprimimos el final de la película: los combatientes jóvenes no podían aceptar que Chapáiev muriese. Decían: «¿Para qué vamos a combatir si los mejores mueren?». Stefa traducía el texto; a veces la interrumpían exclamaciones del tipo: «¡Viva Chapáiev!». Recuerdo que una vez un anarquista gritó: «¡Abajo el comisario!», y todos se pusieron a aplaudir. Por enésima vez comprendí que el arte apela ante todo al corazón: en la película, Chapáiev es un héroe y Fúrmanov un palabrero.
No obstante, la película tenía a veces resultados prácticos: en una unidad, terminada la sesión, decidieron ser más prudentes en el futuro y apostar centinelas durante la noche."
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