LA SEGREGACIÓN RACIAL EN NORTEAMÉRICA. LADY SINGS THE BLUES, de Billie Holliday
"Mi bisabuela era la amante de un blanco, o la querida, o la mujer por derecho consuetudinario, o como se quiera llamar. También era esclava de su plantación. Por mal que estuvieran las cosas en aquellos tiempos, los blancos y los negros vivían, al menos, en el mismo mundo. Un mundo que hacían los blancos: construían los alojamientos, decidían quién trabajaría en el campo, quién recogería algodón, quién exprimiría hierbabuena en la casona. Decidían quién comería qué, quién sería comprado, quién sería vendido.
Las mujeres blancas no tuvieron tanto que ver con eso como los hombres. Pero les bastaba asomarse a la ventana para saber lo que ocurría. Había muy poca «segregación» en las plantaciones durante el día, e incluso menos durante la noche. Más de una noche mi bisabuelo blanco iba al fondo, a la casita donde vivía mi bisabuela... con los hijos de ambos. El no necesitaba que ninguna asistenta social le hablara de «condiciones». Sabía lo que era vivir allí.
A principios de los treinta, cuando mamá y yo comenzamos a tratar de ganarnos el pan en Harlem, el mundo en que vivíamos seguía siendo el que hacían los blancos, aunque se había transformado en un mundo que ellos casi nunca veían. Es cierto que algunos frecuentaban los lugares de trasnoche; iban al Cotton Club... un lugar que los negros nunca conocían por dentro a menos que fueran músicos, prepararan los cócteles o bailaran el shimmy. Pero éstas sólo eran atracciones secundarias, montadas especialmente para que los blancos fueran allí y pagaran las gracias de los negros.
Esos lugares no eran reales, aunque sí la vida que vivíamos. Pero todo ocurría entre bambalinas, muy pocos blancos llegaban allí y, si se asomaban, parecían llegados de otro planeta. Todo era novedoso para ellos.
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