MIJAIL GORBACHOV. LOS AÑOS DE DOWNING STREET, de Margaret Thatcher
"No pasó mucho tiempo antes de que la conversación cambiase las trivialidades, que ni al señor Gorbachov ni a mí nos gustaban, por un enérgico debate a dos bandas. En cierto sentido, la polémica ha continuado desde entonces y surge dondequiera que nos encontramos y, como siempre se dirige directamente a la esencia de lo que realmente es la política, nunca me canso de ella.
Me habló de los programas económicos del sistema soviético, de la transformación de grandes plantas industriales en pequeños proyectos y «negocios», de los ambiciosos planes de regadío y de la forma en que los planificadores industriales adaptaban la capacidad industrial a la fuerza de trabajo para evitar el desempleo. Le pregunté si todo aquello no sería ser más fácil si la reforma partiese desde un supuesto de libre empresa, con la aportación de incentivos y la libertad para que las empresas locales llevaran la voz cantante, en vez de estar todo centralizado. El señor Gorbachov rechazó indignado el que todo estuviese centralizado en la URSS. Cambié de táctica y le expliqué que en el sistema occidental todo el mundo, incluidos los más pobres, a la larga recibían más de la forma en que lo hacíamos nosotros que si dependiesen simplemente de un sistema de redistribución. En realidad, en Gran Bretaña estábamos intentando reducir los impuestos para incrementar los incentivos de forma que pudiéramos crear riqueza, compitiendo en los mercados mundiales. Le dije que no deseaba tener el poder de decidir donde debía trabajar la gente y lo que debía recibir a cambio de su trabajo.
El señor Gorbachov, sin embargo, insistió en la superioridad del sistema soviético. No sólo producía mayores índices de crecimiento sino que, si iba a la URSS, vería como vivía el pueblo soviético: «alegremente». Si aquello era así, contraataqué, ¿por qué las autoridades soviéticas no permitían a la gente abandonar el país con la misma facilidad con que podían hacerlo los británicos?
Critiqué, en particular, las limitaciones impuestas a los judíos para emigrar a Israel. Él afirmó que el 80 por ciento de los que habían expresado el deseo de salir de la Unión Soviética lo habían hecho. Dije que esa no era la información que yo tenía. Pero repitió la línea soviética, que yo tampoco creía, de que aquellos a los que se les prohibía salir habían estado trabajando en áreas relacionadas con la seguridad nacional. Sabía que en aquel momento no valía la pena seguir insistiendo; pero el tema había quedado sobre la mesa. Los soviéticos tenían que saber que cada vez que nos reuniésemos volvería a plantearse el tema del tratamiento que daban a los refuseniks.
Si en aquella fase sólo hubiese prestado atención al contenido de las afirmaciones hechas por Gorbachov, en su mayor parte pertenecientes a la línea marxista oficial, habría llegado a la conclusión de que estaba forjado en el habitual modelo comunista. Pero su personalidad no podía diferir más de la inexpresiva ventriloquia del apparatchik soviético medio. Sonreía, se reía, utilizaba las manos para enfatizar, modulaba la voz, llevaba su argumentación hasta el final y era un agudo polemista. Se le veía seguro de sí mismo y aunque entreveraba sus afirmaciones con respetuosas referencias al señor Chernenko, de quien había traído un mensaje escrito no muy alentador, no parecía oponerse en absoluto a entrar en áreas controvertidas de la alta política. Aquella impresión se vio reforzada durante las horas de discusión que vinieron a continuación. Nunca leía informes preparados de antemano, sino que recurría a un pequeño bloc con notas. Tan sólo en lo referente a la pronunciación de nombres extranjeros buscaba consejo en sus colegas. Su línea de pensamiento no difería de lo que ya habría esperado; su estilo, sí. Según transcurría el día, comprendí que era mucho más el estilo que la retórica marxista lo que expresaba la esencia de la personalidad subyacente. Descubrí que me gustaba."
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