ANARQUISTAS ESPAÑOLES. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg
"Los anarquistas no admitían las cárceles, afirmaban que no se puede privar a un hombre de su libertad, que se le debía convencer; pero no eran ni tolstoístas ni pacifistas, y cuando veían que un hombre no se dejaba convencer, a veces lo fusilaban. En un pueblo ejecutaron a un campesino que cambiaba talones para la peluquería por café o azúcar. Yo me indigné, pero un anarquista me respondió con aplomo: «¿Qué piensas? Estuvimos tres meses intentando convencerle, hablando con él, pero continuó con sus maquinaciones. ¡No era un hombre sino un mercachifle!».
Me contaron que en la ciudad de Barbastro los anarquistas habían cerrado un burdel y pronunciado algunos discursos declarando que las mujeres a partir de entonces eran libres y que debían trabajar en algo útil: coser camisas para los combatientes. Una vieja prostituta la emprendió con uno de los anarquistas: «¡Llevo aquí quince años trabajando y ahora me echas a la calle!». Los anarquistas estuvieron durante largo rato discutiendo si era posible hacerla cambiar de parecer; finalmente, se encontró a un hombre dispuesto a hacerlo. Tal vez la historia fuese una invención, pero parecía verosímil.
Después de haber descrito a Antónov-Ovseienko la manera en que los anarquistas organizaban en Aragón el «comunismo libertario», añadí: «En todo esto hay más ignorancia que mala fe. A los anarquistas se les podría convencer en cada lugar. Por desgracia, en el PSUC hay poca gente que comprenda cómo hay que hablar con ellos; a cada paso encuentras miembros del PSUC que dicen: “Prefiero a los fascistas que a los anarquistas”».
Por lo visto, los anarquistas me habían contagiado y creía que era fácil hacer cambiar de idea a la gente. En realidad no tenía nada de sencillo: es la vida la que los convence. Las palabras, incluso las más sensatas, con demasiada frecuencia no son más que eso: palabras.
(...)
Durante el terror fascista miles de aquellos hombres del frente de Aragón afrontaron con valentía la muerte sin renunciar a sus principios. Como en cualquier partido, entre los anarquistas había buenos y malos, inteligentes e imbéciles, pero lo que me atraía de ellos era su espontaneidad y una inocencia insólita en nuestros tiempos."
Durruti |
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