ORIGEN DEL NAFTA. HISTORIA DE LA VIDA PRIVADA, de Bill Bryson
"...apareció otro héroe inesperado: un joven brillante llamado George Bissell, que acababa de dimitir de su puesto como inspector escolar en Nueva Orleans después de una breve pero distinguida carrera en la enseñanza pública. En 1853, durante una visita a Hanover (New Hampshire), su ciudad natal, Bissell fue a visitar a un profesor de la universidad donde cursó sus estudios, el Dartmouth College, y allí se fijó en una botella de nafta mineral que dicho profesor guardaba en una estantería de su despacho. El profesor le explicó que la nafta mineral —lo que hoy llamaríamos petróleo— rezumaba a la superficie en el oeste de Pennsylvania. Y que si empapabas un trapo con ella, el trapo se encendía, pero que nadie le había encontrado al producto ningún uso excepto como ingrediente en patentes de fármacos. Bissell llevó a cabo algunos experimentos con la nafta mineral y vio que, de poder extraerse a escala industrial, podía convertirse en un excelente producto para iluminar. Fundó una empresa a la que puso por nombre Pennsylvania Rock Oil Company y arrendó tierras a orillas de un perezoso acuífero llamado Oil Creek, cerca de Titusville, en el oeste de Pennsylvania. La novedosa idea de Bissell consistía en perforar en busca de petróleo, igual que se perforaría para buscar agua. Hasta el momento, lo único que se había hecho era excavar. Para ponerlo todo en marcha, envió a Titusville a un hombre llamado Edwin Drake —que en los libros de historia aparece mencionado siempre como «coronel» Edwin Drake— con instrucciones para iniciar las perforaciones. Drake ni tenía experiencia en perforaciones, ni era coronel. Había trabajado como revisor en los ferrocarriles, puesto que se había visto obligado a abandonar por cuestiones de salud. La única ventaja que presentaba para empresa era que seguía disfrutando de un pase de ferrocarril que le permitía viajar gratis hasta Pennsylvania. Para realzar su categoría, Bissell y sus socios le enviaban la correspondencia a Drake dirigiéndola al «Coronel E. L. Drake». Con un colchón de dinero prestado, Drake reunió a un equipo de perforadores para que empezara a buscar petróleo. Y aunque los perforadores pensaban que Drake era un loco simpático, aceptaron gustosos el trabajo y empezaron a perforar siguiendo sus instrucciones. El proyecto se tropezó casi de entrada con dificultades técnicas. Pero, para el asombro de todos, Drake demostró un inesperado talento natural para solventar los problemas mecánicos y consiguió sacar el proyecto adelante. Estuvieron perforando durante más de año y medio sin que apareciera petróleo. En verano de 1859, Bissell y sus socios se habían quedado sin fondos. A regañadientes, enviaron una carta a Drake ordenándole que diera por terminada la operación. Pero antes de que la carta llegara a su destino, el 27 de agosto de 1859, a solo veintiún metros de profundidad, Drake y sus hombres dieron con el petróleo. No fue el elevado surtidor que tradicionalmente asociamos con los yacimientos de petróleo —aquel petróleo tuvo que ser laboriosamente bombeado hasta la superficie—, pero producía un volumen continuo de un líquido espeso, viscoso y azul verdoso.
Aunque en su momento nadie lo valoró, ni mucho menos, acababan de cambiar el mundo por completo y para siempre. El primer problema para la compañía fue dónde almacenar el petróleo que estaban produciendo. En el lugar del yacimiento no había barriles suficientes, por lo que durante las primeras semanas almacenaron el petróleo en bañeras, aljofainas, cubos y cualquier recipiente que encontraron. Al final, empezaron a construir barriles concebidos expresamente para este fin con una capacidad de 42 galones, el equivalente a 159 litros, el barril que sigue siendo hoy en día la medida estándar del petróleo. Luego estaba la cuestión incluso más apremiante de explotarlo a nivel comercial. En su estado natural, el petróleo no era más que una sustancia viscosa y repugnante. Bissell comenzó a trabajar en su destilación para convertirlo en algo de mayor pureza. Y con ello descubrió que, una vez purificado, no solo era un lubricante excelente, sino que como efecto colateral generaba cantidades muy importantes de gasolina y queroseno. La gasolina no servía para nada —era excesivamente volátil— y por ello se desechaba, pero el queroseno proporcionaba una luz muy brillante, tal y como Bissell esperaba, y a un coste muy inferior al producto derivado del carbón de Gesner. Por fin el mundo tenía un producto para iluminar barato capaz de rivalizar con el aceite de ballena. En cuanto otra gente vio lo fácil que era extraer petróleo y convertirlo en queroseno, se inició un importante movimiento de colonos. Cientos de torres de perforación abarrotaron muy pronto el paisaje en torno a Oil Creek. «En tres meses —apunta John McPhee en In Suspect Terrain —, la que en su día fuera bautizada cariñosamente como Pithole City pasó de tener una población cero a disfrutar de quince mil habitantes, y nacieron muchas otras ciudades en la región: Oil City, Petroleum Center, Red Hot (...)
El año del descubrimiento de Drake, Estados Unidos produjo dos mil barriles de petróleo; en cuestión de diez años eran más de cuatro millones, y sesenta millones cuarenta años después. Por desgracia, Bissell, Drake y los demás inversores de la compañía (rebautizada posteriormente como Seneca Oil Company) no prosperaron hasta el nivel que pretendían. Otros pozos producían volúmenes muy superiores —uno de ellos, llamado Pool Well, bombeaba hasta tres mil barriles diarios— y la cifra de pozos llegó a generar tal abundancia de producto en el mercado que el precio del petróleo se derrumbó de manera catastrófica, pasando de los 10 dólares el barril que costaba en enero de 1861 hasta solo 10 céntimos el barril al final de aquel mismo año. Era una buena noticia para consumidores y ballenas, pero no tan buena para los petroleros. Cuando el boom amainó, los precios de la tierra cayeron también en picado. En 1878, una parcela se vendía en Pithole City por 4,37 dólares. Trece años antes se habrían pagado por ella 2 millones de dólares. Mientras otros fracasaban e intentaban desesperadamente salir del negocio del petróleo, una pequeña empresa de Cleveland llamada Clarck and Rockefeller, que trataba con cerdos y otros productos ganaderos, decidió entrar en él. Empezó comprando concesiones que se habían ido a pique. En 1877, menos de veinte años después del descubrimiento del petróleo en Pennsylvania, Clarck había desaparecido de escena y John D. Rockefeller controlaba cerca del 90 % del negocio del petróleo de Estados Unidos. El petróleo no solo proporcionaba la materia prima para un tipo de iluminación muy lucrativo, sino que además respondía a la desesperada necesidad de lubricante de todos los motores y máquinas de la nueva era industrial. El monopolio virtual de Rockefeller le permitió mantener precios estables y hacerse increíblemente rico con ello. A finales de siglo, su fortuna personal aumentaba al ritmo de 1.000 millones de dólares anuales, calculado en dinero actual… y en una época donde el impuesto sobre la renta no existía. Ningún ser humano ha sido tan rico en tiempos modernos. Bissell y sus socios corrieron distintas suertes, y a un nivel mucho más modesto. La Seneca Oil Company ganó dinero durante una temporada, pero en 1864, solo cinco años después de la exitosa perforación de Drake, no pudo seguir compitiendo y abandonó el negocio. Drake dilapidó el dinero que había ganado y murió poco después, sin un céntimo e impedido por las neuralgias. Bissell salió mucho mejor parado. Invirtió sus ganancias en un banco y otros negocios, y reunió una pequeña fortuna, la suficiente como para construir en Dartmouth un precioso gimnasio, que sigue todavía en pie."
El oeste de Pensilvania durante la "fiebre del oro negro" |
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