SOBREVIVIR AL K2. BAJO LOS CIELOS DE ASIA, de Iñaki Ochoa de Olza
"Los amigos, la gente, se mueren y ya está. Es simple. Mi propia muerte me la imaginé en el K2. Y si no sucedió no sé bien por qué fue.
Sin siquiera sospecharlo, esa montaña gigantesca se había instalado firmemente en mi ser. Era ya parte de mi código genético. En los meses anteriores, durante la enfermedad de mi madre, había intuido que la muerte es lo que da sentido a la vida. Y en el salvaje K2 nos había visitado vestida de gala, nunca bienvenida. Entendí entonces que una, la vida, no existe sin la otra, la muerte. Parece sencillo, pero no lo es. Quizá por eso no lo enseñan en la escuela donde, por cierto, sólo se aprenden cosas que parecen complejas e importantes pero no lo son.
Sólo encontré una manera, nada racional por fortuna, de seguir adelante y no abandonar la vida de las montañas; tirar todo recto y dejar que el camino se revelara por si mismo. No tenía por qué ser tan difícil y además podía aprender de los grandes maestros.
Dijo el Buda, que debía saber lo suyo, que la felicidad no es algo que esté al final del camino, ni hay un camino hacia ella. Al contrario, la felicidad misma es el camino. Puede pasar. Bob Dylan, algo más flaco pero al menos tan sabio como aquél, dijo por su parte: «¿Feliz?, cualquiera puede ser feliz. ¿Cuál es la finalidad?». Mejor todavía. Y mi amiga Myriam García Pascual, que escuchaba más a Rosendo, escribió en cierta ocasión: «…vivir, que me interesa más que ser feliz». Insuperable.
Así que una vez que curé mis heridas físicas y entendí que el asunto de la felicidad es puritita patraña para telenovelas, pasé a dedicarme a lo que realmente importa: escalar o, en su defecto, lo que se me vaya poniendo por delante."
K2 desde Concordia |
No hay comentarios:
Publicar un comentario