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lunes, 5 de febrero de 2018

EL LAGO DE SANABRIA. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg

EL LAGO DE SANABRIA. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg 

    "Con un doctor de Zamora, hombre bueno y justo, hice un viaje a una comarca apartada, Sanabria. Llegamos hasta un lago. Después ya no había carretera, era preciso viajar en borrico. El pequeño pueblo, que llevaba el largo nombre de San Martín de Castañeda, me impresionó por su miseria insólita, incluso para España. Vimos entre las cabañas las ruinas de un monasterio. En otra época los campesinos pagaban a los monjes un tributo o «foro». Los monjes se habían trasladado hacía mucho tiempo a lugares más acogedores, pero los campesinos seguían pagando dos mil quinientas pesetas a un ocioso «trabajador», al abogado José San Ramón de Bobilla, cuyo bisabuelo había comprado a los monjes el derecho a desplumar a los campesinos. Nos dirigimos enseguida a otro pueblo, Rivadelago. Sus habitantes no pagaban «foros», pero no tenían tierra; se albergaban en chozas sin ventanas y se alimentaban de garbanzos. El pueblo estaba situado a orillas de un lago abundante en truchas, pero el lago pertenecía a una rica propietaria madrileña y el administrador lo vigilaba con celo para que los hambrientos campesinos no hurtasen pescado. Una campesina dijo al médico con amargura: «¿Qué pasa, don Francisco, la República todavía no ha llegado aquí?».
    (Después de mi viaje a España, escribí un libro para explicar lo que había visto. Antes de que viera la luz en Moscú, el libro se editó en Madrid con el título de España. República de trabajadores. El médico de Zamora llevó mi libro a Rivadelago y leyó a los campesinos el capítulo en que hablaba de su hambre, del lago y de la señora de Madrid. Al día siguiente, rodearon la casa del administrador y le exigieron que renunciara inmediatamente a los derechos sobre la pesca. Mandaron unos telegramas a Madrid, y la dueña, asustada, cedió. Los campesinos me enviaron una carta de agradecimiento, me invitaban a Rivadelago y prometían hacerme degustar las truchas. Para qué negarlo: aquella carta me dio una gran alegría. En muy escasas ocasiones el escritor ve que su libro haya hecho cambiar algo en el mundo. Por lo general, los libros hacen evolucionar a las personas, es un proceso de largo alcance, imperceptible. En cambio, en el caso que acabo de citar, entendí que había ayudado a los campesinos de Rivadelago a terminar con una injusticia secular. Aunque mi intervención en este asunto fue casual, el pueblo era pequeño y la victoria resultó breve —no creo que los fascistas dejaran las truchas a los sediciosos—, de vez en cuando me acuerdo de esta historia y me alegro)."
Autor y lago en aquella epoca

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