JIMMY CARTER. LOS AÑOS DE DOWNING STREET, de Margaret Thatcher
"Era imposible no sentir simpatía por Jimmy Carter. Practicaba un cristianismo profundamente comprometido, y era un hombre de evidente sinceridad. También poseía una destacada capacidad intelectual, con un dominio, poco corriente entre los políticos, de la ciencia y del método científico. Pero había accedido a su cargo más a consecuencia del Watergate que porque hubiera convencido a los norteamericanos de lo acertado de su análisis del mundo que les rodeaba.
Y efectivamente, ese análisis padecía de graves fallos. No dominaba del todo la economía, y por lo tanto tendía a un intervencionismo informal e inútil cuando aparecían problemas. Sus impuestos sobre beneficios inesperados y sus controles a los precios de la energía, por ejemplo, que fueron concebidos para contrarrestar las subidas de precio generadas por la OPEP, sólo sirvieron para provocar grandes colas en las gasolineras, con el consiguiente fastidio de los ciudadanos. En asuntos exteriores estaba demasiado influido por una doctrina que por aquel entonces iba ganando adeptos en el Partido Demócrata: la que sostenía que se había exagerado la amenaza del comunismo y que la intervención estadounidense en apoyo a dictadores de derechas era casi igual de culpable. De aquí que se viera sorprendido y desconcertado por sucesos como la invasión soviética de Afganistán y el secuestro de diplomáticos norteamericanos en Irán. Y en general no tenía una gran visión del futuro de Estados Unidos, de modo que, ante la adversidad, se veía reducido a predicar la austera doctrina de los límites al crecimiento, que resultaba desagradable e incluso extraña a la mentalidad de los estadounidenses.
Además de estos fallos políticos, en ciertos aspectos su personalidad tampoco era apta para la presidencia; se angustiaba ante las grandes decisiones y le preocupaban demasiado los detalles. Por último, infringió la norma napoleónica de que los generales deben tener suerte. Su presidencia sufrió una persistente racha de mala suerte, desde la OPEP a Afganistán. Con lo que queda demostrado que para dirigir una gran nación no basta con ser una persona decente y practicar la perseverancia. Sin embargo, repito que me gustaba Jimmy Carter, y que fue un buen amigo, tanto mío como de Gran Bretaña; si hubiera accedido al poder en la época posterior a la Guerra Fría, en otra situación mundial, puede que su talento hubiera sido más aprovechable."
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