SUICIDIO PERFECTO, de Petros Markaris
Me corroe una duda un tanto indiscreta, pero si no la verbalizo, me ahogará.
—Hay algo que no entiendo, Kula. Si eres tan inteligente, ¿por qué te comportas de otro modo en el departamento?
Se vuelve hacia mí con una sonrisa.
—¿De qué modo?
—Cómo te lo diría... Más... ingenua.
Se echa a reír.
—Vamos, señor Jaritos. ¿Ingenua? ¡Estúpida, querrá decir!
—Exageras pero, de todos modos, ¿por qué lo haces? ¿Por culpa de Guikas?
De repente, se pone seria.
—Porque quiero casarme y tener hijos, señor Jaritos.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Tiene mucho que ver. En los ambientes en que me muevo, tanto en mi vida profesional como en la personal, los hombres rehuyen a las mujeres inteligentes. Si voy de lista por la vida, me quedaré para vestir santos. Los hombres se sienten más a gusto con la estupidez, les infunde seguridad. —Hace una pausa antes de proseguir—: Mi caso es muy distinto del de su hija. Ella estudió, está haciendo el doctorado, sale con un médico. Yo no tengo nada de todo eso.
—¿Qué sabes de mi hija? —pregunto asombrado.
—Me lo contó la señora Adrianí el otro día, mientras preparábamos el imam.
Apuesto a que también le manifestó su pena por el hecho de que Katerina no sabe cocinar.
—No te pongas tan trágica, siempre te queda Aristópulos —bromeo.
—Aristópulos quiere acostarse conmigo —responde, impasible—. Su mayor deseo es cursar una carrera empresarial. Estaría loco si se liara con una poli. Si le digo dos veces que no, no habrá una tercera. Si me acuesto dos veces con él, a la tercera desaparecerá y, para volver a verlo, tendré que arrestarlo. —Sonríe de nuevo—. Déjelo estar, he pensado en todas las posibilidades.
—¿Y pasarás el resto de tu vida haciéndote la tonta?
—¡Qué dice! —replica—. ¡Ya verá cuando me case!
Me quedo mirándola. De repente, estoy delante de Adrianí. Ahora entiendo por qué congeniaron tan deprisa.
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