ESTOCOLMO. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg
"Permanecimos varios días en Estocolmo a la espera de un telegrama de Petrogrado. Esa ciudad me dejó estupefacto. En la orilla, enfrente del Palacio Real, miraba las piedras, el agua, el cielo, y tenía ganas de escribir versos. (No sabía que cuarenta años más tarde esa ciudad entraría a formar parte de mi vida por el Llamamiento de Estocolmo, las visitas frecuentes y las nuevas amistades). Yo me preguntaba si lo que me atraía no era la tranquilidad de un país neutral donde nadie temía por la vida de los suyos ni esperaba la alarma aérea, donde las tiendas estaban llenas a rebosar de artículos. No, eso más bien me irritaba. Era otra cosa lo que me sorprendía: las rocas entre las casas. Construir una casa allí era tan difícil como tomar una fortaleza. Me sorprendió el mar, que entraba en la ciudad, el reflejo metálico del agua, las gaviotas que se inmiscuían en la conversación de los transeúntes. Allí no había la tristeza de Londres, su lujo y su miseria a lo Dickens, su grandeza y su esplín. Allí lo que te congelaba era una tristeza pétrea, meditada y repentina como el verso de un poeta. Los habitantes de Estocolmo no me parecieron prósperos neutrales que se enriquecieran con una guerra ajena, sino candidatos al suicidio."
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