LAS BASES MORALES DEL CAPITALISMO DEMOCRÁTICO. LOS AÑOS DE DOWNING STREET, de Margaret Thatcher
"Siempre que oía a la gente quejarse de que la «sociedad» no debería permitir un infortunio determinado, yo solía contestar: «¿Y qué es lo que está haciendo usted al respecto?». Para mí, la sociedad no era una excusa, sino una fuente de obligaciones.
Yo era una individualista en el sentido de que creía que, en última instancia, los individuos son responsables de sus acciones y como tales deberían comportarse. Sin embargo, siempre me negué a aceptar que existiera algún tipo de conflicto entre este tipo de individualismo y la responsabilidad social. Me vi apoyada en este punto de vista concreto por los escritos de los pensadores conservadores de Estados Unidos en los que se hablaba del crecimiento de una «subclase» y del desarrollo de una cultura de la dependencia. Si el comportamiento irresponsable implica algún tipo de penalización, la irresponsabilidad se convertirá en la norma para un gran número de personas. Y, lo que es aún más importante, sus actitudes se pueden transmitir a los hijos de estas personas, con lo cual emprenderán un camino equivocado.
Yo sentía un enorme respeto hacia la mentalidad victoriana, y por varios motivos. No era el menor de ellos el espíritu cívico que con tanta elocuencia quedaba de manifiesto en el aumento del número de sociedades benéficas y de voluntarios y la habilitación de grandes edificios y fundaciones en nuestras ciudades durante aquella época. Nunca me preocupó el hecho de ensalzar los «valores Victorianos» o, en la frase que empleaba inicialmente, las «virtudes victorianas», entre otras cosas porque en ningún sentido eran exclusivamente Victorianos. Los Victorianos, sin embargo, también tenían una forma de hablar que resumía lo que ahora estábamos volviendo a descubrir; hacían una distinción entre los pobres «dignos» y los pobres «indignos». Ambos grupos deberían recibir ayuda; sin embargo, ésta tendría que adoptar modalidades muy diferentes si no se deseaba que el gasto público se limitara a reforzar la cultura de la dependencia. El fallo en nuestro Estado de bienestar estribaba en que, quizás hasta cierto punto de manera inevitable, habíamos fracasado a la hora de recordar aquella distinción, y proporcionábamos el mismo tipo de «ayuda» a quienes verdaderamente estaban en apuros y necesitaban que se les echara una mano para poder superar sus dificultades, y a quienes sencillamente habían perdido la voluntad o el hábito del trabajo y del progreso personal. El objeto de la ayuda no debería ser que las personas se limitaran a sobrevivir, sino devolverles la autodisciplina y, por medio de ésta, también su autoestima.
También me afectaron los escritos del teólogo y sociólogo Michael Novak, quien plasmó en un lenguaje nuevo y llamativo lo que yo siempre había creído acerca de los individuos y de las comunidades. El señor Novak recalcaba el hecho de que lo que él denominaba «capitalismo democrático» era un sistema moral y social, y no meramente económico, que fomentaba toda una gama de virtudes y que dependía de la cooperación, y no se limitaba a dejar que cada uno campara por sus respetos. Estas eran ideas importantes y, junto con nuestra forma de pensar acerca de los efectos de la cultura de la dependencia, proporcionaban la base intelectual para mi manera de enfrentarme con aquellos grandes temas que en el lenguaje de la política se reúnen bajo el término «calidad de vida»."
Una muy joven Margaret |
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