LOS DISTURBIOS DE LIVERPOOL, 1981. LOS AÑOS DE DOWNING STREET, de Margaret Thatcher
"El lunes 13 de julio hice una visita similar a Liverpool. Pasando en coche por Toxteth, escenario de los disturbios, observé que a pesar de todo lo que se hablaba de miseria, las casas de la zona no eran ni con mucho las peores de la ciudad. Me habían dicho que algunos de los jóvenes involucrados habían llegado a la violencia por problemas de aburrimiento y por falta de ocupación. Pero no había más que observar esas casas con el césped sin cortar, que llegaba en algunos casos a la altura del pecho, y la basura acumulada, para darse cuenta que ese análisis era falso. Si querían, tenían muchas cosas constructivas en qué ocuparse. En cambio, me pregunté cómo podía vivir la gente en esas circunstancias sin siquiera tratar de limpiar y mejorar su ambiente. Lo que evidentemente faltaba era cierto orgullo y responsabilidad personal, algo que al Estado le resulta fácil quitar, pero casi nunca acierta a devolver.
Con los primeros que hablé en Liverpool fue con los policías, cuyos comentarios y solicitudes de equipamiento fueron similares a los de la policía de Londres. También me entrevisté con concejales del Ayuntamiento de Liverpool y luego hablé con un grupo de líderes de la comunidad y de jóvenes. Me dejó abrumada la hostilidad de los jóvenes hacia el jefe de policía y sus agentes. Pero escuché con atención todo lo que me decían. Había dos personas con ellos que parecían trabajadores sociales y que empezaron tratando de hablar en su nombre. Pero estos jóvenes no necesitaban que nadie hablara por ellos: se expresaban bien y expresaban sus problemas con gran sinceridad. La prensa quedó bastante confundida cuando, al contrario de lo que esperaban, los jóvenes les dijeron que yo había escuchado atentamente. Pero hice algo más que escuchar: yo también tenía algo que decir. Les recordé que sobre Liverpool se habían derramado los recursos. Les comuniqué que me preocupaba mucho lo que me habían dicho acerca de la policía y que no me importaba nada el color de la piel que cada uno tuviera, pero sí la criminalidad. Los insté a no recurrir a la violencia y a no tratar de vivir en comunidades aisladas.
(...)
Los causantes de los disturbios eran invariablemente jóvenes con un fuerte instinto animal reprimido por los frenos sociales, y que en esas ocasiones hallaban oportunidad de desbocarse. ¿Qué se había hecho de las represiones? La mayor barrera de contención proviene de la noción de vivir en comunidad, incluyendo la atenta vigilancia de los vecinos. Pero esta noción de vivir en común ha ido desapareciendo de la mayoría de los barrios ciudadanos, por toda una variedad de razones. Estas zonas urbanas suelen ser creación artificial de las autoridades locales, desarraigando a la gente de sus auténticas comunidades y decantándola a barrios mal proyectados y peor mantenidos, donde nadie conoce a sus vecinos. En algunos de estos nuevos barrios había, debido a la fuerte inmigración, una gran mezcla étnica; en el estallido de algunas de las tensiones que pueden explotar en determinadas circunstancias, incluso las familias emigrantes con un fuerte sentido de los valores morales pueden encontrarse con que sus hijos pierden dichos valores, por culpa del entorno. La ayuda social, en concreto, fomentaba la dependencia y relajaba el sentido de la responsabilidad de cada cual, mientras la televisión socavaba los valores morales que antaño servían de vínculo entre las comunidades de la clase trabajadora. El resultado era un constante aumento de la criminalidad (entre los hombres jóvenes) y de las madres solteras (entre las mujeres jóvenes).
Para que esta situación degenerara en una cadena de disturbios a gran escala, lo único que hacía falta era que la autoridad entrara en decadencia y que los alborotadores llegaran al convencimiento de que podían actuar a su gusto sin salir malparados. El sentido de autoridad, en todas sus manifestaciones —en el hogar, en el colegio, en la Iglesia y en el Estado— ha ido deteriorándose año a año desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. De ahí el aumento del vandalismo en el fútbol, los disturbios raciales y la delincuencia. Hubo uno o dos casos en los que la inquietud e indecisión de las fuerzas del orden —como, por ejemplo, el hecho de apartar a los agentes de los disturbios mientras llegaban refuerzos— alentó a los agitadores y supuso una merma en la confianza que los buenos ciudadanos tenían depositada en la autoridad. Lo que probablemente transformó los disturbios de 1981 prácticamente en una saturnal fue que la televisión transmitió la sensación de que los alborotadores podían disfrutar de su fiesta de delincuencia, saqueo y alteración del orden sin que nadie los molestara, disfrazándolo todo de protesta social. Estaban absueltos de antemano. Éste es el tipo de situaciones que los jóvenes aprovechan sistemáticamente para alborotar, y la cosa no tiene nada que ver con el dinero en circulación."
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