TRABAJOS SINDICADOS. LOS AÑOS DE DOWNING STREET, de Margaret Thatcher
"La EEF había aceptado como algo inevitable el tener que contratar sólo a trabajadores sindicados, por lo que el poder de los sindicatos sobre sus miembros era prácticamente absoluto. Algunos empresarios, que no querían complicarse la vida, preferían que fuese así. Pero al mismo tiempo aquello implicaba que, al estallar un conflicto, el sindicato podía ejercer todo tipo de presiones sobre sus miembros, una «intimidación legal», de acuerdo a la desdichada expresión acuñada por el ex fiscal del Tribunal Supremo, el laborista Sam Silkin. El sindicato podía amenazar con la expulsión, y la consiguiente pérdida de empleo, a aquellos que quisieran seguir trabajando. La huelga de los metalúrgicos no sólo fue una huelga política, sino que amenazó con paralizar la vida normal del país. Pero era precisamente el tipo de huelga que ningún país que estuviera luchando por su futuro industrial podía permitirse; una lección práctica de lo que no se debía hacer. Sus consecuencias negativas afectaron a toda la industria durante varios años.
En realidad, durante la mayor parte de mi mandato, la necesidad de llevar adelante las reformas de los sindicatos quedó demostrada, una y otra vez, con cada conflicto industrial. Pero estábamos en desventaja porque siempre nos encontrábamos superados por los acontecimientos, asimilando las lecciones de la última huelga. La ventaja consistía, sin embargo, en que podíamos esgrimir los recientes abusos para justificar la reforma y contar con el apoyo de la opinión pública para que se aprobase."
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