ESPAÑA 1931. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg
"En 1931 escribí: «Tengo una pluma chirriante y mal carácter. Estoy acostumbrado a hablar de los espectros tan viles como lamentables que dirigen nuestro mundo: los Kreuer imaginarios y los Olson reales. Conozco bien la pobreza humillada y envidiosa, pero me faltan palabras para hablar de la noble miseria de España, de los campesinos de Sanabria y los braceros de Córdoba o de Jerez, de los obreros de San Fernando o de Sagunto, de los pobres que en el sur cantan flamenco y en Cataluña bailan la sardana, de aquellos que avanzan desarmados hacia la Guardia Civil, de los que están presos ahora en las cárceles de la República, de los que combaten y de los que sonríen, del pueblo sobrio, audaz y tierno. España no es Carmen ni los toreros, no es el rey Alfonso ni la diplomacia de Lerroux, no es lo que se lee en las novelas de Blasco Ibáñez, no es nada de lo que se exporta al extranjero junto con los chulos argentinos y el málaga de Perpiñán. No. España son veinte millones de andrajosos don Quijotes, son rocas yermas y amarga injusticia, son canciones tristes como el susurro del olivo seco, son los gritos sordos de los huelguistas, entre los cuales no hay un solo “amarillo”. España es bondad, compasión, humanidad. ¡Gran país que ha sabido conservar el ardor juvenil a pesar de los esfuerzos de los inquisidores y de los parásitos, de Borbones, pillos, funcionarios, ingleses, asesinos a sueldo y vividores con título!».
Muchas cosas me asombraron ya durante aquel primer y rápido encuentro con el país, sobre todo el sentido de la dignidad entre personas indigentes, siempre famélicas, a menudo analfabetas. En un banco de Sevilla estaban sentados un digno burgués y un parado. El pobre sacó de una bolsa un embutido de garbanzos y se lo ofreció cordialmente a su vecino de banco. En la terraza de un lujoso café madrileño los gandules se daban la buena vida. Una mujer con un bebé trataba de vender billetes de lotería (una de las variantes de la mendicidad). El niño empezó a llorar; la mujer se sentó tranquilamente en una silla frente a una mesita vacía y se puso a amamantar al bebé. Su comportamiento no asombró a nadie. Pensé sin querer que la habrían echado no sólo del café de la Paix, sino también de nuestro Metropol…
En un mísero pueblo de Sanabria quería pagar unas manzanas a una campesina. Ella se negó en redondo a aceptar el dinero. Mi compañero de viaje, un español, me dijo: «Podría dar una moneda al pequeño, pero temo que se la meta en la boca y se la trague. Los niños mayores no la aceptarán por nada del mundo». Un adolescente limpiabotas, al verme parado en la puerta de un estanco, cerrado a la hora de comer, se sacó del bolsillo un cigarrillo y me lo ofreció: «Anda, fuma». Un campesino de Murcia, a quien quise pagar unas naranjas, me dijo negando con la cabeza: «Una sonrisa vale más que las pesetas».
(El desinterés de los campesinos españoles siempre ha impresionado a los extranjeros. Martin Andersen Nexø me contó que había pasado su juventud en España. No tenía dinero, y los campesinos le ponían siempre delante un plato de sopa y le decían: «Come»).
En una estación un mozo de cuerda me dijo: «Hoy ya he trabajado un poco, voy a llamar a un compañero». Llevé mis zapatos a un zapatero remendón, éste preguntó a su mujer si tenían dinero para la comida, y como lo tenían, me mandó a otro zapatero. Los parados no cobraban ningún subsidio. Pregunté cómo era que no morían de hambre y me respondieron: «¿Y los camaradas?». Un bracero andaluz cortaba el pan por la mitad y entregaba esa mitad a su vecino en paro. Los obreros de Barcelona daban parte de su paga a los sindicatos para los fondos destinados a los parados, sin necesidad de llamamientos, sin frases ruidosas, de manera sencilla y humana."
augustí centelles, ilya ehrenburg en aragón, acompañado de jaume miravitlles y el periodista josep aymamí serra |
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