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sábado, 28 de abril de 2018

PARTISANAS DE LA URSS. LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER, de Svetlana Alexievich

PARTISANAS DE LA URSS. LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER, de Svetlana Alexievich

"»En mayo de 1943… me enviaron a la zona de partisanos vecina, tenía que llevarles nuestra máquina de escribir. Aquel otro grupo guerrillero tenía una máquina de escribir soviética, con el alfabeto cirílico, pero necesitaban una con el alfabeto alemán, como la que teníamos nosotros. Era la máquina que yo misma había sacado del Minsk ocupado por encargo del comité de lucha clandestina. Llegué a mi destino, a la orilla del lago Pálik, y unos días más tarde comenzó el asedio. En eso me había metido… 

»No fui sola, sino con mi hija. Antes, si salía en misiones de uno o dos días, me la cuidaba la gente del grupo, pero no tenía con quién dejarla durante tanto tiempo. Así que, por supuesto, me llevé a la niña conmigo. Empezó el asedio… Los alemanes cercaron la zona de actuación partisana… Nos bombardeaban desde el cielo, nos acribillaban a balazos desde la tierra… Mientras los hombres solo cargaban con sus fusiles, yo iba con mi fusil, la máquina de escribir y mi Ela. Caminábamos, yo me tropezaba, la niña se caía en el barrizal. Seguíamos andando, yo volvía a tropezarme, ella volvía a caerse… ¡Y así durante dos meses! Prometí que si salía con vida, jamás me acercaría a un cenagal, era una cosa que no podía ni ver. 

»—Ya sé por qué no te agachas cuando nos disparan. Quieres que nos maten a las dos a la vez —me dijo mi niña de cuatro años. Pero en realidad era porque no me quedaban fuerzas, si me hubiese tumbado, no me habría levantado. 

»Los partisanos a veces se compadecían de mí. 

»—Tienes que descansar. Deja que llevemos a tu niña. 

»Pero yo no se la confiaba a nadie. ¿Y si el enemigo abría fuego? ¿Y si la mataban y yo no estaba a su lado? ¿Y si se perdía?… 

»Me crucé con el comandante de brigada Lopátin. 

»—Pero ¡qué mujer! —Se asombró—. Lleva a su hija en brazos y no suelta la máquina de escribir. No todos los hombres serían capaces de hacer lo mismo. 

»Abrazó a mi Ela y la besó. Después les dio la vuelta a los bolsillos de su pantalón y juntó todas las miguitas de pan. La niña se las comió acompañándolas con el agua del pantano. Otros partisanos siguieron su ejemplo, se revolvieron los bolsillos y le dieron todas las migas. 

»Cuando logramos romper el cerco, yo estaba hecha polvo, enferma. Estaba cubierta de forúnculos de los pies a la cabeza, la piel se me caía a jirones. Y tenía a la niña en brazos… Estábamos esperando a un avión procedente de la retaguardia, nos dijeron que si venía, enviarían en él a los heridos de mayor gravedad y que podrían llevarse a mi Ela. Recuerdo el momento en que subió al avión. Los heridos le tendían las manos: “Ela, ven conmigo…”, “Ela, siéntate a mi lado. Hay sitio para dos…”. Todos la conocían, en el hospital ella les cantaba. 

»El piloto preguntó: 

»—¿Con quién estás, niña? 

»—Con mamá. Está fuera… 

»—Pues llama a tu madre para que vuele contigo. 

»—No, mamá no puede volar. Tiene que quedarse a combatir contra los nazis.

»Así eran ellos, nuestros hijos. Yo la miraba y se me partía el corazón: ¿volvería a verla algún día?"

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