PORTEADORES DEL BALTORO. BAJO LOS CIELOS DE ASIA, de Iñaki Ochoa de Olza
"Sher Alí lleva toda la semana levantándose a las 4:30 de la mañana, antes de que amanezca, dispuesto a iniciar su jornada laboral. Tiene que cargar unos treinta kilos durante todo el día, al principio con mucho calor y por terreno desértico y después por el larguísimo glaciar de Baltoro, entre piedras y hielo. Sher Alí echa a andar sin desayunar, y cuando le adelantamos a las siete de la mañana sonríe sudoroso, y nos dice «Hello, Salam Aleikum» (Hola, la paz con vosotros). Y es que Alí es musulmán, chiita nada menos, que es algo que suena muy chungo por Europa y América. Pero a pesar de lo que digan en los telediarios, él es un hombre dulce y cariñoso, feliz de encontrarse trabajando en su tierra. A media mañana Sher Alí y sus amigos encienden un fuego y se calientan un té picante, con sal y leche, al estilo tibetano. Comerán también algo de pan, al que llaman roti y que supone la base de su dieta. Bueno, la base y todo lo demás, pues es todo lo que parecen comer aquí. Todos ellos, nuestros porteadores, son baltíes, habitantes de esta región desolada y remota del norte de Pakistán donde nos hallamos. Alí vive en Shigar, en una casa que es más una choza, y los 120 euros que ganará trabajando para nosotros ayudarán a pasar mejor el invierno a sus cinco hijos. Ésta es gente que me cala muy hondo, que entiende de veras lo que significa la vida en las montañas salvajes.
Viendo la vida que llevan los porteadores que nos han acompañado hasta el base del K2 durante la semana pasada, queda claro que los lujos de nuestra civilización sólo satisfacen las carencias que ellos mismos crean. Todo nuestro dinero y tecnología significan bien poco para esta cuadrilla de treinta hombres fuertes y duros que van acarreando hasta el campo base toda nuestra impedimenta.
(...)
Sher Alí tampoco lo entiende y sacude la cabeza cuando le invito a escalar el K2 conmigo. Sabe bien que estoy bromeando. Pero aún así todos los días suda la gota gorda con nuestro equipaje, y aprieta los dientes al caminar. Por la noche compartirá el helado suelo del glaciar y una manta con algún camarada, bajo el cielo infinito del Karakorum. Si llueve o nieva se protegerán con un plástico y unos cartones, y nos ofrecerán su comida y su té si nos acercamos a ver qué tal les va, a charlar o a sacar unas fotos. Y siempre esa sonrisa, que me alienta todavía muchos meses después de llegar de vuelta a casa. Quizá sucede que Sher Alí sabe, tan bien como yo, que el hotel donde dormirá esta noche tiene mil estrellas, y mañana seguiremos nuestro caminar, libres y salvajes, bajo el cielo azul o la nieve. Por eso Sher Alí se ríe, y se ve que es un hombre en paz con su alma."
No hay comentarios:
Publicar un comentario