EL CAMINO MÁS CORTO, de Manuel Leguineche
"Creo que si El camino más corto tuvo algún eco se debió al optimismo que reflejaban sus páginas. Salimos para recorrer el mundo en seis meses y aquello terminó tres años después. Pasó de todo: no tuvimos infancias felices pero tuvimos Vietnam. Desde entonces el mundo ha empeorado, las fronteras se han hecho más herméticas, la desconfianza, mayor. El viajero en solitario es un sospechoso. Desde entonces la televisión ha barrido el globo. El viaje se ha convertido para muchos en búsqueda desesperada de paraísos perdidos que ya no existen, en una prueba de uno mismo, en una huida. Se sabe mejor por qué abandonas tu casa que lo que buscas en el rincón extremo del universo. Quizás un poco de conversación. Hay quien opina que la obsesión por viajar demuestra el grado de insatisfacción universal. Pero como dicen los árabes, «viajar es vencer». Si te detienes, pierdes. Los buenos viajeros son los que parten por el hecho de partir, los que saben que el mejor viaje es aquel del que nunca se regresa. Son corazones ligeros. Necesitan la dificultad, el riesgo. No se mueven para descubrir el último fulgor del exotismo. «Saben —escribió Baudelaire— que la meta cambia siempre de lugar, y sin saber por qué, dicen una y otra vez, vamos allá»."
No hay comentarios:
Publicar un comentario