CARIDAD HACIA EL TERCER MUNDO. UNA MAESTRA EN KATHMANDU, de Victoria Subirana
"...centros donde simplemente se enseñaba a leer, a escribir y a repetir lo que sus superiores querían escuchar. Ese tipo de escuelas que, por su falta de rigor cualitativo, nunca serían aceptadas en Estados Unidos, ni en Europa, ni en ningún país desarrollado. Ésos eran proyectos para lavar conciencias, donde se practicaba la falsa caridad. Este concepto de la falsa caridad no se vinculaba sólo al ámbito de apadrinar a un niño y mandarlo a la escuela sino que tenía una extensión más amplia: llegaba de la mano de las donaciones de gente de países ricos, que mandaban cantidades exageradas de ropa, de comida o de otros productos, sin pararse a pensar si los nepalíes las necesitaban o no. Se trataba, generalmente, de cosas que sobraban: vestidos que habían quedado viejos, pequeños, pasados de moda, medicinas caducadas, libros de texto del año anterior, juguetes rotos, en fin, lo que en España solemos llamar «estorbos». Aquello que decidimos tirar cuando nos ponemos a hacer la limpieza de los armarios. Generalmente nos da pena deshacernos de ello; por otra parte, no tenemos suficiente espacio en casa para almacenarlo, así que, si alguna institución de las llamadas «benéficas» viene a casa a recogerlo y además se lo envía a los pobres, nos creemos que estamos haciendo un gran acto de caridad. Aunque pueda parecer una tontería, con este tipo de actuaciones, siempre con la mejor intención, estamos creando un concepto falso de la palabra «cooperación» y también un vínculo vicioso muy negativo, entre el que envía las cosas y el que las recibe.
La persona que hace una donación de cosas que ya no usa está confundiendo el concepto de «ayudar», que no significa «dar lo que le sobra a uno». Cuando uno quiere ayudar a alguien, debe hacerlo desde el punto de vista de lo que el otro necesita. En primer lugar, se le hace verbalizar cómo quiere ser ayudado y, a ser posible, se le proporcionan los medios para que esa persona se pueda ayudar a sí misma y para que un día pueda prescindir de nosotros. En lugar de mandarle vestidos, mejor sería capacitarle para que pudiera trabajar y, con el dinero que ganara, pudiera comprarse la ropa que le hiciera falta. De este modo se cortará el vínculo negativo que se produce cuando los pobres se pasan la vida esperando que se les ayude, cosa que a nosotros nos hace sentir generosos y buenos, los héroes de la película. La primera actuación genera esa dependencia de los pobres hacia nosotros que se prolongará para toda la vida. Eso es lo que Paulo Freire, en su libro Pedagogía del oprimido, llama «falsa caridad».
A las palabras de Freire yo añadiría que, para actuar en contra de la falsa caridad, es necesario dotar a los más necesitados de aquellas herramientas que habrán de permitirles alcanzar el nivel de dignidad al que tienen derecho todos los seres humanos sin discriminación de ningún tipo. Dignidad que nos viene otorgada por el tipo de educación que recibimos, la información que nos rodea, los medios a nuestro alcance, la diversidad de opciones, oportunidades y opiniones a las que nos han sometido, el apoyo político, administrativo y social de nuestro país... En definitiva, todas aquellas cosas que nos vienen dadas desde el nacimiento y que nosotros no hemos tenido opción de elegir.
La primera discriminación empieza cuando los que estamos ayudando nos creemos en un plano superior. Cuando existe la desigualdad de derechos, automáticamente se produce desigualdad en los beneficios y empiezan a surgir las «ayudas sucedáneo». Las ayudas auténticas son para la clase privilegiada y a los demás les tocan los sucedáneos.
Aquellas conclusiones turbaron mi conciencia, desde luego, pero fueron muy valiosas para el montaje de mis proyectos futuros. No sabía todavía quién iba a financiar mi escuela, dónde la establecería, quiénes me ayudarían, pero una cosa sabía con certeza: la filosofía de mi escuela marcaría una diferencia en la vida de los parias de Nepal."
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