MUJERES DE LA RESISTENCIA. COMBATIENTES EN LA SOMBRA, de Robert Gildea
"En 1984, se entrevistó a Jeanette, una viuda de setenta años que había sido agente de enlace en la zona carbonera del Pas-de-Calais, y comenzó afirmando: «No tengo gran cosa que contar». Su esposo había sido prisionero de guerra en un campo de concentración en Alemania y no tenían hijos, de modo que cuando un amigo comunista de su esposo le pidió ayuda, ella contestó afirmativamente. Continuó después: «A partir de octubre de 1943, ingresé en los FTP. Llevaba armas y dinamita que los mineros escamoteaban de los pozos. Los tapaba con lechugas y puerros que salían rebosando de mi cesta». Los alemanes solo la pararon una vez:
'Llevaba cuatro cartuchos de dinamita que iban a ser empleados para volar una torre de tensión. Los había escondido en unas remolachas huecas y con cuidado les había vuelto a poner el extremo más grueso. Les dije a los alemanes: «Son para mis conejos». No siguieron preguntando. Eso sí, continué pedaleando con gran dificultad. Tenía las rodillas entumecidas por los nervios'.
Es difícil saber por qué Jeanette consideraba que había hecho muy poco por la Resistencia. Quizá no quería eclipsar a su esposo, que había pasado la guerra en un campo de prisioneros de guerra, aunque en el momento de la entrevista ya había fallecido. Quizá consideraba que, ya que solo había transportado armas y explosivos en lugar de manejarlos, su contribución era menos significativa que la de los hombres, que habían apretado los gatillos, aunque se había arriesgado a la deportación y a la muerte tanto como ellos. Quizá era tan solo una de aquellas resistentes cuya modestia era tan grande como su heroísmo."
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