MORIR EN EL FRENTE ALPINO. UN AÑO EN EL ALTIPLANO, de Emilio Llussu
"...Aún veo a mi buen amigo, con una sonrisa de bondad escéptica, sacar de un bolsillo interior de la chaqueta un estuche de acero oxidado, protector del corazón en la guerra, y ofrecerme un cigarrillo. Yo lo acepté y encendí el suyo y el mío. Él seguía sonriendo y pensando en la respuesta. —Sin embargo… Y, después de soltar una bocanada de humo, repitió: —Sin embargo… si Héctor hubiera bebido un poco de coñac, de coñac bueno, tal vez Aquiles se hubiese encontrado en un aprieto… También yo volví a ver por un instante a Héctor detenerse, después de aquella fuga apresurada y no del todo justificada, ante la mirada de sus conciudadanos, espectadores en las murallas, soltarse del cinturón de cuero bordado en oro, regalo de Andrómaca, una elegante cantimplora de coñac y beber en las narices de Aquiles.
Yo he olvidado muchas cosas de la guerra, pero no olvidaré nunca aquel momento. Miraba a mi amigo, que sonreía, entre una bocanada y otra de humo. De la trinchera enemiga partió un disparo aislado. Él inclinó la cabeza, con el cigarrillo en los labios, y de una mancha roja, que se le había formado en la frente, brotó un hilo de sangre. Lentamente, se dobló sobre sí mismo y cayó a mis pies. Lo recogí muerto."
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