A LA DERIVA, de Penelope Fitzgerald
"No me rendiré sin luchar, se dijo Nenna. Me casé con Edward porque deseaba vivir con él y aún lo deseo. Mientras planchaba la acartonada ropa interior de Willis, que aunque se aireaba a diario no terminaba de secarse nunca, las acusaciones contra ella, no en el interior de su mente, sino en algún lugar ajeno a ésta, prosiguieron sin pausa. Resultaban tanto más tediosas cuanto que todas ellas quedaban reducidas, a efectos prácticos, a una única pregunta: ¿por qué, después de todo lo que se ha dicho en este tribunal, no ha hecho usted aún el menor intento de visitar el número 42 b de Milvain Street? Nenna deseaba replicar que no era por lo que cabía imaginar: por orgullo, por resentimiento, ni siquiera por el peculiar carácter que acababan teniendo las gentes del río y que les hace sentirse perdidos en las calles de Londres. No; es porque ése es mi último recurso. Mientras no lo pierda puedo aferrarme a él cuando lo desee, y ahora aún lo conservo. Si lo pierdo no me quedará nada."
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