LA LITERATURA SE REIVINDICA EN EL JUICIO DE SVETLANA ALEXIEVICH. LOS MUCHACHOS DE ZINC, de Svetlana Alexievich
"...¿Qué tengo que revindicar? Mi derecho como escritora a ver el mundo tal como lo veo. Y a odiar la guerra. ¿O es que tengo que explicarles que existe la verdad y la verosimilitud, que un documento de una obra artística no es un certificado de la oficina de reclutamiento ni un billete de tranvía? Los libros que escribo son un documento y a la vez mi visión de los tiempos. Yo recopilo los detalles, los sentimientos, no de una vida concreta, sino del aire del tiempo en su totalidad, de su espacio, de sus voces. No invento, no fantaseo, sino que construyo los libros a partir de la realidad misma. El documento es lo que me cuentan, el documento en parte, soy yo, la artista, con mi propia visión y percepción del mundo.
Yo escribo, anoto la historia del momento, la historia en el transcurso del tiempo. Las voces vivas, las vidas. Antes de pasar a ser historia, todavía son el dolor de alguien, el grito, el sacrificio o el crimen. Incontables veces me he hecho la pregunta: «¿Cómo pasar entre el mal sin aumentarlo, sobre todo hoy en día, cuando el mal adopta unas dimensiones cósmicas?». Antes de comenzar cada libro me lo pregunto. Esto ya es mi carga. Y mi destino.
Escribir es un destino y una profesión, aunque en nuestro desafortunado país es más destino que profesión. ¿Con qué argumentos el jurado ha declinado en dos ocasiones la solicitud de un peritaje literario? La razón es sencilla: se vería enseguida que aquí no hay objeto de proceso. Procesan el libro, procesan la literatura, suponiendo que se puede reescribir las veces que sean necesarias para satisfacer sus necesidades inmediatas. Dios nos proteja de los contemporáneos parciales que hagan de redactores de los libros documentales. Solo nos habrían dejado ecos y prejuicios de las luchas políticas en vez de la historia viva. Fuera de las leyes de la literatura, al margen de las leyes del género, se administra la justicia política primitiva rebajada más allá del nivel cotidiano, rebajada a la altura de la pelea callejera. Escuchando a esta sala a menudo me he parado a pensar: «¿Quién se atreve a llamar a la multitud a que salga a la calle, a una multitud que ya no confía en nadie: ni en los sacerdotes, ni en los escritores, ni en los políticos? Una multitud que solo ansía sangre y masacre…». Y solo se somete al hombre armado… Un ser humano armado con una pluma, mejor dicho, con un bolígrafo, en vez de con un Kaláshnikov, le irrita. Aquí me han estado dando lecciones sobre cómo hay que escribir libros.
Los que me han llamado a juicio abdican de lo que ellos decían hace unos años. En sus mentes ha cambiado el código, ahora leen el texto de antes de otra manera, a lo mejor incluso ni siquiera lo reconocen. ¿Por qué? Porque no necesitan la libertad… No saben qué hacer con ella…"
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