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miércoles, 21 de noviembre de 2018

LEER EN LA SELVA. EL TURISTA DESNUDO, de Lawrence Osborne

LEER EN LA SELVA. EL TURISTA DESNUDO, de Lawrence Osborne

    "Durante el largo trayecto de Dubái hasta los kombai, terminé enamorándome de esa joven Margaret Mead de la década de 1930. Quizá fuese el efecto de contar con su constante compañía a la luz de las velas y también ahora, cuando leía solo en mi tienda, acostado en el pedazo de corteza de árbol que hacía las veces de colchón, estropeado e inservible. Leía alumbrado por una linterna frontal, entre siluetas de arañas recortadas en sus telas circulares, y la soledad era mucho mayor de lo que es posible concebir en el siglo de la omnipresente electricidad, porque la selva es tan oscura que ninguna luz puede atravesarla, y hasta la hoguera de los kombai, a unos cien metros de distancia, no era más que un apagado reflejo naranja proyectado en sus rostros. Un libro, el murmullo de la misma escritura, tenía aquí una intimidad romántica; era un objeto acarreado hasta un lugar que le resultaba del todo ajeno. (Los libros eran desconcertantes para los kombai. ¿Serían hojas de tabaco para fumar?). Pero un libro escrito por una mujer no es lo mismo que un libro escrito por un hombre, y me pregunté si podía «enamorarme» de una escritora. Se me antojaba bastante imposible; nunca me había pasado antes, salvo con la neozelandesa Keri Hulme, una escritora a la que adoro y a quien mis colegas suelen despreciar. Es inevitable: pocos escritores tienen una voz auténtica, y cuando alguno lo consigue, el efecto es de lo más seductor. No es tanto que admire a las escritoras como grupo ni que sienta la necesidad de solidarizarme con ellas; esos soporíferos tópicos son irrelevantes. Es sencillamente que Mead tiene una voz propia sobre el acto de viajar."


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