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lunes, 28 de enero de 2019

LA PUTA, EL ENANO Y JOAQUÍN SABINA. SABINA EN CARNE VIVA, de J. Sabina y J. M. Flores

LA PUTA, EL ENANO Y JOAQUÍN SABINA. SABINA EN CARNE VIVA, de J. Sabina y J. M. Flores 

    "...¿Te he contado lo del bombero torero? Lo he contado alguna vez, pero ahí va para los que no conozcan la historia. Me cuentan los jovenzuelos que la noche en Madrid sigue siendo interminable, que hay after hours y esos sitios de fin de semana de pastilleo en los que la fiesta dura tres días. También me cuentan que hay jovenzuelos sin la mayoría de edad que salen de su casa diciendo que van al colegio y no se meten en afters sino en pre hours. Es decir, que van a las diez o a las doce de la mañana a un sitio que viene de la noche anterior. Eso también pasaba antes en un local que no era de jovenzuelos, sino que allí se reunía una mezcla de gánsteres, bohemiazos, artistas sin galería y sin editorial, vagos y maleantes, putas en toda regla y putas amateurs, chorizos, camellos y lumpen en general. Una mezcla muy interesante que hacía que allí me sintiera como en mi propia casa. Por aquella época yo tenía el siguiente circuito: escribía en casa hasta las tres o tres y media de la mañana, desde después de cenar. A las tres y media me iba a Joy caminando, porque está al lado de mi casa, y cerraban sobre las cinco. De ahí me iba, ya con una basca que iba uno recogiendo, a Pachá. Dos horas después nos echaban de Pachá y, entonces, dependiendo de las épocas, había diferentes tugurios, ya de muy dudosa reputación, y para allá que íbamos. Un día, en uno de ellos, el sitio que te decía antes, que ha cambiado de nombre muchas veces y que está justo enfrente de la estación de Chamartín… No me acuerdo ahora de cómo se llamaba… Presto, sí. Se llamaba Presto.
    J. M. F.: Tengo entendido que allí, al menos eso me contó alguien, una noche en que estabas acompañado de unas cuantas putas junto a la pista de baile, sacaste de pronto un fajo de billetes, lo arrojaste a la pista y gritaste, encolerizado: «¿Queréis dinero? ¡Pues tomad el puto dinero!». ¿Es eso cierto? Si lo es, me gustaría que me lo contaras antes o después de la historia que me estabas relatando.
    J. S.: Eso es cierto y te lo ha debido de contar mi socio Julio, que se quedó muy escandalizado con aquello. Como estaban jugando con nosotros y yo nunca creí que fuera por mi careto, y sabía el juego que estaban llevando a cabo, les dije: «No os preocupéis, que no queremos follar. ¿Vosotras queréis dinero…?». Eso te lo ha debido de contar mi socio Julio, porque nadie más estaba allí. En fin. Te decía que una noche, en esa misma discoteca, ocurrió eso que pasa a veces, que te vas quedando y quedando y quedando sin decidirte a marcharte a casa. El caso es que ya eran las doce de la mañana y quedaba sólo una puta de unos cincuenta años, bastante ajada. Bien es verdad que la iluminación del Presto maquillaba ese tipo de cosas, y el alcohol también. Entonces nos miramos y nos dijimos: «¿Qué hacemos?», y ella me propuso que la acompañara a tomar una copa y yo le dije que sí, que encantado. «¿Me puedo llevar a un amigo?», me preguntó de pronto, y yo: «Naturalmente». El caso es que el amigo era el enano del bombero torero. Así que, en alegre procesión y silbando una alegre cancioncilla, la chica, el amigo y yo nos montamos en un taxi y nos dirigimos, con una alegría digna de mejor causa, a unos apartamentos por horas de Capitán Haya. Quisiera tener un vídeo de lo que vio el portero cuando entramos: la puta crepuscular, el enano del bombero torero y yo con esa cara de «no estamos borrachos y esto no es lo que parece». Pedimos champán y nos tumbamos en la cama a bebérnoslo y a discutir sobre cosas que ahora no te sabría decir. Sí recuerdo que la puta me atacaba y yo no me defendía [risas]. Y hubo un momento en el que me di cuenta de que habíamos alcanzado tal grado de descontrol y de desastre, que me dije: «Como te descuides, Joaquín, el enano te echa un polvo» y, en una brizna de la poca sensatez que me quedaba, me levanté con la excusa de ir a mear y me largué de allí a la francesa. Ya en el taxi, camino de casa, pensé: «¡Dios mío de mi vida!». Debían de ser ya las tres de la tarde. Imagínate la cara que ponían los taxistas cuando me veían en semejante estado. De hecho, Gurruchaga me contó un día, porque él también era de taxistas pues tampoco ha tenido nunca coche y también era noctámbulo, que había cogido un taxi y le había dicho el taxista (serían las doce del mediodía): «¡Joder! Acabo de llevar a su amigo Sabina. ¡Iba con una chica que le estaba echando una bronca…!». Bueno. El caso es que la mañana del enano del bombero torero, cuando por fin llegué a casa, pensé: «Hogar, dulce hogar». Sentí el calorcito de la calefacción, me di una ducha y, al meterme en la cama, noté en mi piel el roce de las sábanas limpias.
Y eso fue, te lo juro, como una vuelta a la civilización."

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