LOS VIEJOS DOMINGOS. MADRID, OTOÑO, SÁBADO, de Josefina Aldecoa
"Oscurecía rápidamente, pero Sara no quiso encender la luz. En el hierro de la cerradura encendió el fósforo. El cigarrillo, entre los labios, sabía bien; sabía a muchas horas con Pablo. Al empezar a arder, el humo olía a Pablo, a las manos y la boca de Pablo, a su ropa y sus libros. El cigarrillo chisporroteó a medio camino entre la cama y la ventana. La luz del cigarrillo traía a la habitación muchas cosas alegres."
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